¿Vale la pena escribir sobre la narcomoda?

La idealización de un estatus que promulga poder y control, y que no es más que la ficción naciente del cine, la televisión, y hasta la literatura, representa para algunos el triunfo al límite de una sociedad tan vertiginosa.

Desde los narcocorridos hasta el narcolenguaje imponen una codificación, que puede ser o no aceptada, conforme a la realidad de quien actúe como receptor, y que está impregnada, principalmente, por letras que derraman balas y sangre, y que, de manera jactanciosa interpelan al individuo frente a su existencia.

Hace algunos años, específicamente a finales de los 90 y principios de los 2000, llevar relojes de oro, anillos a montones y cadenas pesadas colgando alrededor del cuello, reflejaba la opulencia de aquellos que habían salido de la pobreza para convertirse en feroces empresarios del polvo blanco. Hoy, el estilo ha cambiado, ya no hace falta vestirse de un modo excéntrico, y, sin embargo, el deseo por poseer cada día más sigue siendo el pan de los más necesitados, y con ello no me refiero a quienes sufren de carencias económicas, sino, a aquellos que conciben el mundo como un espacio desechable. Así nace la narcomoda, gracias al morbo con el que productores de cine y televisión exacerban los detalles de una vida de lujos, que el público plácidamente recibe.

Pero, por si con esto no bastara, nacen también los narcocorridos, que sirven de apoyo dentro de la industria “cultural” del narcotráfico, para narrar las historias de derroche y placer de quienes se dedican al negocio, dejando entrever que todo es posible comprar, incluso, mujeres. Este hecho, particularmente, llama la atención de aquellos jóvenes con inquietud infantil por parecer o asemejarse a aquello a lo que se llama un “dandy”. Todo vale la pena si lo que se busca es el reconocimiento del grupo.

Pero el mundo musical, siempre afable a la apertura, ahora nos permite saber que además de los tan famosos corridos tumbados, también están los corridos bélicos. La diferencia entre estos, es que los primeros se enfocan en contar las historias plagadas de excesos, fiesta y vida sexual, en tanto que, los segundos, incorporan en sus letras temas de violencia. Y claro, en una sociedad que está acostumbrada a vivir al borde de la línea, aquello que representa peligro estará más familiarizado con nuestro entorno caótico.

Extrañamente, existe placer y diversión cuando se está cerca de un episodio violento, quizá por ello, y apelando a los estímulos psicológicos, los narcojuegos se han convertido en un medio de canalización de emociones, mientras el entretenimiento resulta ser la mejor excusa. Así es como se legitiman los discursos, convenciendo a la masa de que un problema bastante complejo a nivel mundial puede reducirse a la simple conceptualización de un juego, con imágenes en 4K y sonido ultra envolvente.

Sin embargo, para equilibrar la situación, aparece la narcoreligión, donde símbolos e imágenes crean un sentido de comunión, al mismo tiempo en el que creer en fuerzas superiores, justifica a los narcos ante ellos mismos. Una de las representaciones más afamadas en el mundo y que ahora aparece hasta en portafolios de tatuadores, es la Santa Muerte. ¿Será que, quienes se tatúan esta imagen, tienen una verdadera consciencia de lo que implica estar vivo cada día? En fin, si está de moda, algunos, seguramente, dirán que hay que hacerlo y no quedarse atrás.

Es en los más jóvenes que la narcomoda y la narcocultura genera un mayor sentido de comodidad, pues ven a los capos de la droga como héroes enfrentados a gobiernos corruptos; los retratan como rebeldes en contra del orden establecido; los perciben como inspiración porque lograron salir de la pobreza para ser merecedores de casas, yates, aeronaves, y hasta islas. La concepción del narcotraficante es la misma que la que se tenía de Robin Hood, al menos, así es como por muchos años las comunas en Colombia consideraron a uno de los capos más grandes de la historia: Pablo Escobar.

Teniendo en cuenta los escenarios planteados, es plausible decir que, los productores de esta narcocultura pretenden que los consumidores se involucren con los mensajes creados, a partir de un cuidadoso manejo de emociones, que no haga sentir a los usuarios incómodos o confrontados, pero, por supuesto, el acceso a todo contenido mediático sólo dependerá de la decisión de cada persona. Y es que, en un mundo de contrastes, las narrativas ya están metidas en la piel de quienes eligen un contenido sobre otro y toman la decisión de hacer de la ficción su realidad.

Ahora mismo, al escribir este texto, seguramente estaré contribuyendo a la curiosidad suya por saber más de lo que implica esta narcomoda, brindándoles la oportunidad de decisión sobre qué tipo de contenido escoger y generando en su lectura que las palabras narco y moda adquieran un significado de interpelación.

Entonces, ¿habrá valido el tiempo invertido para escribir sobre este tema? ¿O es sólo un reflejo de lo mainstream?

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