La Amazonía se quema: Indígenas ven que su territorio arde y temen que se los empuje al extractivismo

La Amazonía se quema: Indígenas ven que su territorio arde y temen que se los empuje al extractivismo

Fotos: Sergio Mendoza

La Amazonía boliviana arde una vez más, como todos los años alrededor de estos meses en los que los chaqueos comienzan y algunos se salen de control para devorar bosques, animales, y últimamente hasta casas de comunidades indígenas, poniendo en riesgo vidas humanas, de quienes huyen del fuego y de quienes lo combaten, de lugareños y también de foráneos que han llegado a prestar auxilio.

Pero hay quienes creen que el fuego es provocado, intencional, parte de un plan oscuro y tenebroso diseñado para destruir la selva y esa biodiversidad tan vital para todos, pero perjudicial para otros que desean ejecutar actividades extractivas en estos sitios, como la minería, la exploración petrolera, o la agricultura mecanizada.

Lo cierto es que entre los indígenas que en los últimos 40 días han estado viviendo en medio del humo y el fuego que salta como una enfermedad contagiosa en San Buenaventura hay temor: ¿Qué vamos a comer ahora que nuestros cultivos han quedado reducidos a cenizas? ¿Dónde vamos a dormir ahora que nuestra casa ha desaparecido? Y quizás la pregunta más inquietante: ¿Qué pasará cuando nuestros bosques, todo esto que nos rodea, haya desaparecido?

Un niño apaga llamas que quedan en el suelo con una mochila de agua, en Buena Vista, municipio de San Buenaventura.

Todos los años hay fuego y el monte selvático en esta región avanza rápido hacia su fin.

– Hay gente que quiere desmontar, que quiere nuestro oro, sacar nuestra madera y hacer grandes monocultivos –dice el corregidor de la comunidad Bella Altura, Darío Mamio, y apunta directamente al gobierno nacional, con rabia, con impotencia, como si la administración de Luis Arce encendiera el cerillo de todo este desastre- Es muy difícil pelear contra un enemigo grande que debería ser nuestro protector. El mismo Estado que se supone que nos tiene que proteger nos está haciendo daño.

Bella Altura es una comunidad en el municipio de San Buenaventura que sufre los incendios, cuyos habitantes pasaron de respirar todos los días “el aire más puro” al humo más sofocante, y ven con desesperación lo que ha ocurrido con sus vecinos: Buena Vista, donde un día atrás (hoy es domingo) se quemaron las propiedades y tuvieron que evacuar a niños y ancianos ante el temor de que el fuego se quiera llevar vidas humanas.

– Hemos visto cómo nos quieren asfixiar porque quieren sembrar coca, porque quieren nuestro oro, porque quieren nuestro petróleo –continúa Mamio, con los ojos enrojecidos, no por el humo, sino por la bronca que lleva dentro, como si ésta buscara por dónde salir, ya que las palabras no le son suficientes.- Parece que los del Gobierno quieren decir ‘bueno, esos bosques ya no sirven, les vamos a cambiar el uso de suelo, que ahora sea para la agricultura, para el biodiesel’. ¿Una vez quemado nuestro territorio de qué va a servir? ¡Es una impotencia y rabia que a uno le da! De una u otra forma intentan forzar para que nosotros, los indígenas, digamos: «Bueno, aquí está mi territorio, no puedo hacer nada más con él, o aquí está el Parque Madidi, realmente no sirve para nada, se ha quemado, ahora sí que entren los mineros».

Mamio aguanta las lágrimas, parece que quisiera traspasar las pantallas de los teléfonos celulares que un grupo de periodistas le han puesto enfrente para registrar sus palabras.

Las mujeres preparan alimentos y los distribuyen entre quienes combaten el fuego.
Buena Vista

Es domingo, medio día. Hace menos de 24 horas que el fuego dio un nuevo zarpazo a la comunidad. No parecía posible, el enemigo estaba a 500 metros de distancia, pero de pronto, ya estaba a la vuelta de la esquina. Y la pesadilla comenzó. El humo rodeó todo el poblado, y las llamas llegaron a las viviendas. Una de las casas en una esquina de la cancha de tierra quedó reducida a cenizas, sólo quedaron retazos de una ducha derretida y de un vehículo carbonizado que parece decoración de una película post-apocalíptica.

 Otra tiene todo su patio trasero quemado, el corral donde habían gallinas y los árboles alrededor está ennegrecidos y un niño con una mochila llena de agua chisguetea un punto negro sobre el suelo del que todavía salen llamas, y humea y humea, como si las raíces de los árboles también ardieran. La madre del niño explica que ayer sacaron todos los muebles de la casa al apuro, al presentir que no salvarían la casa.

– Hace más de 40 días que venimos pidiendo ayuda a las autoridades, pero hacen oídos sordos –dice Jorge Canamari, presidente del Consejo Indígena del Pueblo Tacana (CIPTA).- ¿O es que acaso buscan la extinción de los pueblos indígenas? Les guste o no vamos a pelear con nuestras vidas para que no se extingan los pueblos indígenas, para que nuestras áreas protegidas no desaparezcan, ni nuestro territorio.

Canamari lleva días de sacrificado esfuerzo combatiendo los incendios como puede, quejándose por la aparente inacción del Gobierno y de las autoridades locales. Va y viene de un pueblo a otro en un surubí azul, junto a su esposa, su hijo, un hombre que conduce y que también despotrica contra las autoridades, y un lorito sediento al que pareciera que le faltan plumas en la cabeza, minúsculo, como un tierno bocadillo para los escuálidos perros que rondan por allí.

Están llevando víveres y algunos insumos a otra comunidad: Altamarani, asediada por el fuego, a unos 30 minutos hacia el norte, y aún parte del municipio de San Buenaventura. Pero su carrera es interrumpida al divisar otra casa que se quema.

– ¡Se está quemando esa casa! –grita, Canamari, mientra el conductor bocinea como loco.

Las mujeres que están adentro salen cargando vajilla sucia. Soldados vestidos de camuflado salen tras los árboles y otras casas como si hubieran estado allí aguardando lo peor. Llevan baldes de agua que llenan en unos turriles a unos metros de distancia. La lanzan desde abajo. Se trepan en techo de motacú para aplacar las llamas. Se forma todo un alboroto y en unos segundos decenas de personas colaboran con la faena.

– ¡Agua! ¡Agua! –gritan todos, pero no hay agua. El grifo al lado de la casa está seco. La provisión de líquido no es continua y la sequía golpea con fuerza a toda la zona. Hace semanas que no llueve.

Una casa se quema en Buena Vista, municipio de San Buenaventura, La Paz.

Para cuando llega una rústica cisterna (un tanque de metal oxidado) arrastrada por un tractor, el fuego ya ha sido controlado y la alarma experimentada por la población se ha calmado. Dos bomberos voluntarios que acaban de llegar al lugar están tirados bajo un pequeño árbol, jadeando bajo el intenso y sofocante calor.

Camino a Altamarani el conductor del surubí azul se lamenta.

– Mierda oye parece que lloviera fuego –dice al ver las columnas de humo que salen de uno y otro lado en el horizonte. Tiene razón, parece que los focos de calor se extendieran por todo lado, como una infección descontrolada en la selva que sufre- Parece que Dios nos estuviera castigando. Nos está castigando de verdad. Mierda oye, ya no dan ganas de vivir la verdad.

El panorama es desolador. Casi indescriptible. Humo por todas partes, fuego al lado del camino. Columnas negras y blancas que se levantan en todos los puntos cardinales. Un calor insoportable por encima de los 40 grados. Vegetación seca, reseca, sin agua. El color marrón y el amarillo reemplazando al verde de los árboles y las plantas. Y cerca a Altamarani más desmonte: hectáreas y hectáreas de selva destruida para plantar caña de azúcar para el ingenio de San Buena ventura.

Columnas de humo que surgen del bosque tras el ingenio azucarero de San Buenaventura.
Sequía

El calor es infernal en esta comunidad. Roxana Añez, de 52 años, recuerda que cuando ella llegó de adolescente a esta población para formar una familia con su esposo gigantescos árboles daban sombra en un espeso monte donde se podía hallar alimento con facilidad. Pero eso quedó atrás y ahora la vegetación está seca y sedienta, asfixiada por el humo.

– Quisiera que el presidente Arce se acuerde de nosotros, porque estamos muy preocupados por estos incendios. No sé qué está sucediendo. Que el Gobierno se acuerde del departamento de La Paz, de San Buenaventura, queremos apoyo para sofocar los incendios.

Añez está sentada en un salón con piso de tierra aplanada y techo de calamina, con paredes de madera pintada de azul y blanco. Afuera los comunarios han acomodado bidones y baldes con agua para actuar rápido ante cualquier eventualidad. Canamari les trajo varios paquetes de agua embotellada (antes su principal fuente de líquido para beber era el río Beni, ahora contaminado por completo), guantes de trabajo, azadones carne de pollo, arroz, azúcar y fideo. Alimentos que ayudarán un poco a paliar el hambre y que Añez agradece, “aunque sólo vaya a durar unos días”, ya que no han recibido otro apoyo de los gobiernos subnacionales o el nacional.

Aquí no llega el alcalde y ni siquiera conocen quién será el gobernador.

Los pobladores han descuidado la producción de sus alimentos por combatir los incendios, pero también porque ya no pueden cosechar como antes, simplemente no hay agua.

Comunarios de Altamarani se preparan para combatir el fuego.

– Me dio mucha pena ver a una señora que toda su producción se le quemó después de trabajarla tres años. Se puso a llorar de rodillas. Es un dolor que uno lo vive todos los días- dice Darío Mamio, de Bella Altura.

– Aquí no ha llovido y en las chacras no ha germinado la producción. No tenemos arroz, yuca, maíz, todo el tema de la agricultura no tenemos nada- añade Delmira Mamio, de la misma comunidad.

Hace unas horas, mientras estas líneas se escriben, el presidente Arce pidió a la población dejar de chaquear y aplicar “tecnologías limpias” para “evitar que se siga devastando nuestros bosques y provocando un daño ambiental irreversible”.

Sin embargo, los indígenas en esta región desconfían. Pese a que toda la evidencia apunta a que la causa del fuego fueron chaqueos descontrolados, ellos insisten en que hay algo más detrás de esta catástrofe y apuntan a los planes ya anunciados por el Gobierno para expandir la exploración petrolera a la Amazonía y producir agro-combustibles; pero también a la flexibilización de normas en favor del cooperativismo aurífero, que ha venido devastando el norte paceño, dejando destrucción y contaminación a su paso, y extrayendo los recursos naturales en beneficios de unos pocos y perjuicio de muchos.

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