Por Litto Saenz y Sergio Mendoza
En la plaza Camacho, cada viernes antes de que el sol se oculte, decenas de jóvenes se juntan para escuchar, bailar, gritar y compartir su gusto, no, su fanatismo por el pop coreano.
Desde Super Junior y SS501 hasta BTS y Black Pink. Música con poesía y pasión, aunque también con un gigantesco aparato comercial por detrás que alimenta a la economía Sur Coreana a través de esta tendencia cultural que te vuela la cabeza.
He aquí un pincelazo de este movimiento que hace latir el corazón.