El fuego de una escritura que nace femenina

Quien no escudriña en los espacios recónditos de la mente ni se encuentra al borde de los precipicios aferrados a las preguntas, no se ha acercado a la libertad. Y tal vez sea esa la razón por la que la palabra nace y se hace incendiaria en la escritura.

No muchos conciben esta idea como una acción revolucionaria, pero entre quienes se han arrojado a las llamas y han salido más vivas, están aquellas mujeres, que entre el afán de las jerarquías y una constante llamada machismo, no han acallado sus voces, más aún, han afinado su grito bañando a todos con la euforia de su rebeldía. Una rebeldía sinceramente apasionante.

Remontarse al siglo XVII es encontrarse con Sor Juana Inés de La Cruz, mexicana, religiosa jerónima y escritora novohispana, exponente del Siglo de Oro en la literatura en español, cuya obra desafiante ante los privilegios de los hombres fue condenada a la destrucción, en una época en la que la educación estaba reservada para el clero masculino. La religiosa, sedienta de conocimiento, hizo caso omiso a las conjeturas de los clérigos que no veían con buenos ojos que una mujer manifestara su curiosidad intelectual, así pues, siguió compartiendo conocimientos junto a la élite masculina en largas charlas sobre teología, astronomía, pintura, lenguas, filosofía, entre otros, lo que dio paso a que su escritura variara: desde lo filosóficamente serio a lo irreverentemente cómico, muy al límite de lo profano. Criticada por su obra poética, y sin embargo, introdujo elementos que anticipaban a los poetas de la Ilustración del siglo XVIII.

Tiempo después, nació la escritura de Jane Austen, novelista británica, que con ironía y comicidad relataba mundos propios y cercanos, razón que la llevó a estar considerada entre los clásicos de la literatura inglesa. Nació en una época donde el mayor éxito que podía alcanzar una mujer era el lograr un matrimonio ideal, sin embargo, su inconformismo y determinación contra las normas establecidas la llevaron a ser libre a través de su mayor arma: la escritura, creando personajes femeninos capaces de desafiar todo tipos de convenciones y mostrando un nuevo futuro para las mujeres. Teniendo en cuenta que, durante la época de Austen, no existía un sistema educativo como lo que hoy se conoce, en todo caso, la educación de los niños se llevaba a cabo en escuelas dominicales, y muy pocas escuelas para señoritas existían, que, además, no gozaban de buena reputación. A pesar de ello, su obra y vida han sido plasmadas tanto a nivel literario como cinematográfico.

Ya en 1882, el mundo dio la bienvenida a la recién nacida Virginia Woolf, escritora británica, considerada una de las más destacadas figuras del vanguardista modernismo anglosajón del siglo XX y del feminismo. Entre sus obras se distingue “Una habitación propia”, ensayo desde el que retrata el espacio que las mujeres escritoras poseen dentro de la tradición literaria dominada por los hombres, caracterizándose como uno de los textos más citados por los movimientos feministas. Y claro, es que su obra literaria no sólo resalta por su ambiciosa narrativa, la elegancia de su técnica literaria, y sobre todo, por la introspección de sus personajes, sino también, por la reflexión alrededor de la mujer y su condición social. Según su biógrafo, Virginia sufría de depresión y bipolaridad, consecuencia de la muerte a temprana de sus padres y del abuso sexual que ella y su hermana padecieron a manos de sus medio hermanos. Pero a pesar de que los periódicos de ese entonces la acosaban a raíz de los problemas psicológicos por los que atravesaba, su productividad literaria se hizo más fuerte.  

Virginia Woolf

Si hasta este punto, parece que sólo se hablara de tierras lejanas, entonces, es oportuno mencionar a aquellas latinas, mucho, poco o nada conocidas.

Así pues, otra escritora, de nacionalidad chilena y una importante pensadora respecto al rol de la educación pública fue Lucila Godoy, bajo el seudónimo de Gabriela Mistral, primera mujer iberoamericana y segunda persona latinoamericana en recibir el premio Nobel de Literatura, gracias a su lirismo inspirado por un sentimiento que la elevó como un símbolo del idealismo de Latinoamérica. Quien, además, se desempeñó como cónsul y representante en organismos internacionales en América y Europa. Su poesía y su incansable lucha por una educación pública de calidad a través de innovadoras políticas, tanto en Chile como en México, resaltan en ella, y es por ello que se la considera hasta el día de hoy como un referente vital para el entendimiento del sistema educativo, alimentando la idea de que en la educación primara la diversidad cultural, las ideas y los pensamientos, bajo el protagonismo de los sujetos que la constituyen, con el fin de superar profundas desigualdades sociales.

Gabriela Mistral

Fue en México, también, donde se afianzó la escritura de Elena Garro, una de las más grandes escritoras del siglo XX, aunque su obra muchas veces fue opacada por la sombra de su esposo, Octavio Paz. Su carácter rebelde, traducido en sus escritos, la convertirían en una poderosa enemiga de algunos funcionarios administrativos, terratenientes, y hasta de intelectuales, muchos de ellos colegas suyos. El contexto político de entonces, no perdonaba el pensamiento libre de una mujer como Garro, quien, además, a pesar de no considerarse feminista, se atrevió a denunciar la violencia y desigualdad de género que las mujeres sufrían, razones por las que se la etiquetó como una persona rara, loca, polémica y difícil. Para muchos, la obra de Garro es importante para el feminismo, no porque cree mujeres liberadas y heroicas, sino, porque capta con particular agudeza las desigualdades y violencias que afectan a las mujeres desde niñas y expone los mecanismos de abuso, de violencia física, sexual y psicológica que las limitan; critica el amor romántico, el matrimonio y los llamados estereotipos de género; asimismo, retrata la violencia política, social y personal desde la contaminación del discurso político, caracterizado por la mentira, la demagogia y el abuso de poder.

Y si es que se debe hablar de referentes literarios bolivianos, sin duda, es necesario apelar a Laura Villanueva, conocida como Hilda Mundy, escritora, periodista y poeta, quien a través de sus columnas periodísticas puso en palestra la escasa elocuencia del discurso de la esfera política de entonces, en un contexto en el que expresarse con libertad suponía la cárcel. Esto no importó a Mundy, quien, además, fundó el semanario Dum Dum, censurado luego de que la escritora fuera exiliada en 1934 por el gobierno de José Luis Tejada Sorzano, tras haberse publicado un artículo que criticaba a los militares bolivianos por la derrota en la Guerra del Chaco. La obra de Mundy se caracteriza por ir contra los romanticismos y folclorismos, propios de la época y apostar a una literatura de vanguardia desde un humor fino e irónico para experimentar con los enclaves del lenguaje, siendo pionera del movimiento ultraísta en Bolivia.

Hilda Mundy

Tras lo mencionado, pareciera que el humor, la ironía y el sarcasmo fueron un refugio común y certero que el lenguaje femenino encontraba propio y natural para caracterizar lo humano y deshumano de la sociedad, sin descuidar un propósito de lucha en cada letra enlazada a otra.

Y si queda alguna duda tras estas definiciones femeninas, entonces, se hace evidente preguntar si es posible no encontrar una pendiente al vacío desde donde la rebeldía aflore y se enarbole el lenguaje, aquel que ha ido germinando a lo largo del tiempo y poco a poco se ha ido encontrando consigo mismo, tal como lo han hecho estas mujeres, que se han lanzado al fuego sin incinerarse , aun cuando las sombras disfrazadas del machismo han intentado fusilar sus voces.

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