El Alto, con una población controversial

El Alto, con una población controversial

Por Isabel Ajata y Salma Carrión

Son las 06.00, el viento frío característico de la ciudad de El Alto sopla en cada esquina. En un día de feria señoras de pollera empiezan armar sus puestos de trabajo, la mayoría con barbijo para precautelar su salud. Osvaldo Villca sale de su departamento rumbo a su fuente laboral, sin protección ni temor a la COVID-19. Confiado en sus buenas defensas, cree que el virus no es un peligro para su vida y decide continuar sin precaución su camino.  

Durante la pandemia muchos habitantes de la ciudad de El Alto realizan sus actividades con total normalidad, incumpliendo las normas de bioseguridad, y si bien, los medios de comunicación informan sobre la cantidad de casos de contagio que existe en esta población, para ellos no es alarmante ni importante ya que afirman no creer en la enfermedad. 

Osvaldo Villca (de 25 años) es uno de ellos, nació en Patacamaya, pero desde sus 12 años vive en la urbe alteña, convirtiéndose así, en un ciudadano más. Para salir adelante consiguió un empleo de albañil en diferentes barrios de la ciudad. Él expresa que vive de su sueldo diario y es por ello que decide salir a trabajar durante la cuarentena, sin portar un barbijo ni otro elemento de bioseguridad, porque para él la COVID-19 no existe. 

“No creo en el coronavirus, no existe, no hay aquí coronavirus, no existe”. Esas son las palabras de Osvaldo, que con la mirada fija y con total seguridad así lo manifiesta. Él cree que la alimentación que recibió en su pueblo como la papa, chuño, oveja, queso y la hoja milenaria (coca) lo protege para que ninguna enfermedad o virus le haga daño. 

Cada jueves y domingo se desarrolla la feria 16 de Julio en la ciudad de El Alto, donde los comerciantes de los distintos distritos llegan y arman sus puestos de venta. La pandemia no fue un impedimento para que se lleve a cabo. Los vendedores salen sin ninguna protección y llegan a tener contacto directo con sus clientes. Situaciones así son las que se aprecian en la urbe alteña en tiempos de pandemia.

“Casera llévate” y “Te doy yapita” son las frases que se escucha de los comerciantes en la feria 16 de Julio, donde las personas caminan sin un barbijo y forman parte de aglomeraciones ocasionadas por las tiendas de venta. Los puestos de comida ofrecen variedad de platos tradicionales con escasas o nulas medidas de bioseguridad, poniendo en riesgo a toda su clientela y a ellos mismos. 

En base a una encuesta virtual realizada a 167 personas de la urbe alteña el mes de octubre de 2020, el 54.5% no cree en la existencia de la COVID-19 y el 45.5% si. El 55.1% considera que es un invento y el 44.9% que no lo es. Además, el 51.1% de los habitantes cree que no es un peligro y el 48.5% considera que es un riesgo para su salud. 

En uno de los picos más altos de contagios en la ciudad de El Alto se reportaron en 10 de los 14 distritos 399 casos de coronavirus en un día, según informó el Servicio Departamental de Salud (Sedes). A partir de estas cifras se puede evidenciar que algunas personas continuaban con su rutina sin temor alguno. 

Realidades 

Es el caso de Matilde Alanoca, una comerciante del mercado de Villa Dolores que salía de su hogar a las 05.00 para poder llegar a su tienda de verduras a tiempo. Con el barbijo en el cuello atiende a todos sus caseros, pues para ella es incómodo y sofocante llevarlo puesto en el lugar correcto. La gente pasa, algunos estornudan, pero aun así a Matilde no le preocupa contraer el virus.

Ella cuenta que al inicio de la pandemia no creía en el coronavirus, hasta que lo vivió de cerca. Su esposo Pablo Mamani trabaja todas las mañanas de transportista. Una de esas madrugadas mientras él se bañaba sintió un mareo y dolor muscular. Y sin tener el cuidado correspondiente continuó su día. Después de dos semanas las molestias eran tan intensas que decidió hacerse la prueba COVID-19 y salió positivo. Sin embargo, pensaba que era un resfriado común. “No creo, resfrío es”, decía Pablo. 

El sociólogo Carlos Masucaya, experto en el pensamiento y comportamiento alteño, comprende la actitud de una parte de la población frente al coronavirus. Comenta que en muchos hogares de la ciudad de El Alto las personas salen a las calles por necesidad pensando en sus prioridades como la familia. Es así que deciden arriesgar su vida con tal de llevar un pan a su casa. 

“Cuando había por ejemplo la cuarentena rígida, mucha gente salía a trabajar, no porque no les interesaba el coronavirus sino porque no iba a comer al día siguiente”, explica Macusaya. La gran parte de los ciudadanos de este sector vive de una economía informal. El Alto es un lugar donde la mayoría de sus pobladores se dedican al comercio y esto se ve reflejado en sus ferias y calles. Sin embargo, muchas personas aún no conocen de esta realidad y critican el actuar de los alteños. 

Según el artículo La resiliencia popular en la cuarentena del día día escrito por Guido Alejo Mamani en la Revista de arte contemporáneo Artishock, la ciudad de El Alto es donde miles de personas hallaron en las ferias barriales una forma de sobrellevar alguna crisis; éste es el génesis de las grandes ferias barriales en El Alto, además de la vocación cuasi cultural del aymara.

Foto: Salma Carrión Mújica

Roces 

Calacoto, Los Pinos, Achumani y San Miguel barrios de la zona Sur que se caracterizan por ser un sector de la ciudad de La Paz donde residen personas con alto nivel económico y con un estatus social diferente al de otros lugares. Durante la pandemia las personas de esta zona guardaron el cuidado correspondiente y en su gran mayoría cumplieron con las normas impuestas por el Gobierno. Sin embargo, también se vieron actitudes que iban en contra de la prevención y propagación del virus, pero estas no eran mal vistas ni criticadas. 

Una piscina, un libro y un buen café eran la compañía de Paola Calderón durante la pandemia, arquitecta y residente de la zona Sur de la ciudad de La Paz que pasó la cuarentena encerrada en su hogar. Ella no sentía la preocupación de otras personas, pues se encontraba con todas las comodidades, porque tiene una economía estable en ese tiempo de escasez. Además, Paola resalta que no está de acuerdo con el comportamiento de las personas que incumplen las normas de bioseguridad. 

“Pienso que es inaceptable, puesto que hay una desinformación y hasta un poco de egoísmo, porque no son conscientes de que esta es una enfermedad altamente contagiosa”. Esas son las palabras que utiliza Paola para referirse a la situación que aprecia en la urbe alteña.

En el libro Identidad, desarrollo y cultura en la metrópoli paceño-alteña de Gonzalo Rojas Ortuste y Lucía Casanovas Urday, se menciona que es indudable que estas dos ciudades comparten rasgos similares en relación a diversos temas. Sin embargo, también destacan que es evidente la existencia de discrepancias en cuestiones de identidad y posibilidad de capital social. 

Minibuses llenos, aglomeraciones en las calles y personas sin barbijo es lo que observa Masiel Moller, cada vez que visita la urbe alteña por motivos de trabajo. Es madre de dos hijas y habitante de la zona Sur, y queda impactada por las actitudes de los ciudadanos que viven en este lugar, ya que en este tiempo de pandemia ella hizo todo lo que estaba a su alcance para mantener a su familia a salvo. 

“Mira, justo ayer fui a El Alto, al salir de mi oficina, del 100% de personas que he visto con las que me he cruzado un 70% no tenían barbijo. Me ha impresionado porque yo estaba con barbijo, con lentes, con mi cabello recogido y yo veía a la gente vendiendo comiendo y yo decía ¿por qué? No entiendo. Me subí al minibús y le dije al del minibús ¿por qué la mayoría no está usando barbijo? y me dijo que no creen”, cuenta Moller. 

Es así como las personas que residen en esta ciudad tienen diferentes perspectivas de cómo asumir y afrontar la COVID-19. La realidad que vive cada familia siempre varía, ya sea por su economía, sus creencias culturales o actitudes, es por ello que tienden a interpretar y reaccionar de distinta manera ante el contexto que atraviesan. 

En una mano una bolsa con coca, en la otra un pedazo de lejía, esto es lo que acompaña todas las tardes a don Moises Colque, quien junto a su familia, sentados en una banca vieja en la puerta de su tienda, esperan a su clientela. Para él la COVID-19 no es algo preocupante porque tiene un negocio de productos naturales con los cuales su esposa, sus hijos y él se cuidaron del virus durante la pandemia. Por la misma razón Colque no cree necesario el uso del barbijo, porque deposita toda su confianza en sus remedios ancestrales. 

“Si tú te enfermaras con el coronavirus y no caminas, tus pulmones no van a funcionar, por eso han muerto en los hospitales. Muchos médicos, no sé, a mí me extraña han estudiado y no saben cuál es el funcionamiento del órgano interno y externo, cuál es la inhalación y la exhalación, entonces me han extrañado en muchos hospitales, nosotros aquí en El Alto hemos refutado que han estudiado”. De esta manera Colque y sus vecinos prefieren curarse en sus hogares antes de asistir a un centro de salud. 

Todas las camillas ocupadas, en los pasillos de los hospitales de la ciudad de La Paz y El Alto se siente el silencio y la tristeza de tener tantas pérdidas, pues el coronavirus se estaba llevando muchas vidas. La doctora Nurmy Cárdenas, una protagonista a la hora de atender el exceso de pacientes durante la pandemia, se lleva anécdotas y aprendizaje de lo que fue la COVID-19 en Bolivia.

A partir de los conocimientos que la doctora fue adquiriendo destaca: “La enfermedad tiene varias fases, hay una fase leve que es la fase inflamatoria, la mayoría, el 80% de los pacientes que están en esta fase inflamatoria recuperan con mates con alimentación y a veces no necesitan ni siquiera medicamentos”. 

La ciudad de El Alto que se caracteriza por su gente aguerrida y trabajadora, posee diversas culturas, creencias y tradiciones que ha demostrado que tienen diferentes maneras de interpretar el virus. Con la frente en alto y sin miedo a ser juzgados muchos aseguran que la COVID-19 no existe, por lo tanto, no le tienen miedo y consideran que no es un peligro para ellos. Ni un barbijo, ni un implemento de bioseguridad los protege tanto como su alimentación y los saberes populares que han creado como población. 

Este es un reportaje de Isabel Ajata y Salma Carrión, estudiante de Comunicación de la Universidad Católica Boliviana, regional La Paz. Su publicación fue posible gracias a un acuerdo entre esta casa de estudios superiores y La Nube. El reportaje se realizó entre octubre y noviembre de 2020.

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