Cuando extrañamos a nuestros muertos

Siempre que me subo a un avión y veo a través de la ventanilla las inmensas nubes en la infinidad del cielo, siento que estoy más cerca de mi abuela. Es una sensación de alivio, tal vez como una forma de sentirme contenta y no pensar tanto en su ausencia.

“Reloj no marques las horas, porque voy a enloquecer. Ella se irá para siempre, cuando amanezca otra vez…”, canta Luis Miguel. Y es verdad, ella se fue la mañana de un domingo, horas después de que amaneciera, y una noche antes yo pedía que no se vaya. Era mi desesperación.

Homenaje a dos seres que ya no están en este plano terrenal. Créditos: Diego Romero

Quienes hemos perdido a nuestros seres queridos usualmente buscamos la forma de encontrarlos en este plano, creemos que las mariposas que se cruzan en nuestro camino son ellos, les hablamos cualquier noche en soledad, una canción es la señal perfecta de que nos acompañan y así… Si queremos hallar cientos de formas de conectarnos con ellos, las encontramos.

Sin embargo, muy pocos hablamos de esta necesidad con otras personas, pienso que incluso nos da vergüenza sentirnos abandonados y expresarlo abiertamente, creemos que somos los únicos en vivir sin esa persona que se fue, preferimos cambiar el tema de conversación, mirar hacia otro lado, retirarnos y ocultar esas lágrimas para cuando estemos solos.

Esa forma de extrañar a nuestros muertos a veces nos asfixia, a veces nos llena de suspiros profundos, a veces nos dibuja varias sonrisas en el rostro y otras hasta nos provoca carcajadas. Pero ese sentimiento de extrañar siempre tendrá una sensación de vacío, uno que no se puede llenar con nada ni con nadie. Aprendemos a vivir sin ellos, es cierto, pero cuánto nos cuesta y lo único que creo que nos mantiene con esperanza es esa seguridad -a veces infundada- de que en alguno momento nos volveremos a encontrar.

“Te digo adiós, así me despido. Hay tanto de ti que siento ahora mío, sí hay paraíso, apuesto que sí, envuelto en el cielo, quizá estés allí”, le dedicó Laura Pausini a su abuela. Yo imagino una y otra vez que cuando muera veré a la mía con su sonrisa pícara de siempre extendiéndome los brazos para fundirnos en un abrazo y la yapa será ver a mis otros abuelos felices y a mi perro Silfo tumbándome a puro lengüetazo.

Sí, mi imaginación vuela y se sale de cualquier pensamiento lógico, pero díganme si ustedes no han imaginado el reencuentro con sus seres queridos fuera toda formalidad. Eso solo el lazo del amor lo puede lograr.

Es por eso que Todos Santos es la fecha del año que más me gusta, es un día en el que “es permitido” esperarlos, según la tradición, con la seguridad de que llegan a nuestros hogares y nos acompañan por lo menos 24 horas. Disfruto mucho hacer masitas que les gustaban y dejarles en la mesa que llevan sus fotos, así como mi abuela me enseñó: con fe.

Una parte del Lago Titicaca, en Copacabana. Crédito: Daniela Romero

Esa forma de extrañar a nuestros muertos nos desafía a hacer cosas que antes ni lo hubiésemos imaginado, nos invita a seguir tradiciones por ellos porque así los sentimos cerca y estamos orgullosos de cumplir con lo que ellos hacían en vida. En mi caso, mi abuela era tan amante de La Paz y de sus costumbres que difícilmente podría dejar al margen algo como Todos Santos.

“Pero una tarde triste y cruel para siempre se fue, sin decirme adiós, sin decirme adiós se fue para el cielo”, le dedico la cuequita Manañachu porque sé que le gustaban mucho las cuecas, le hacían recuerdo a su juventud y a sus pretendientes.

Hablar de la muerte todavía sigue siendo un tema que pocos hablan con libertad, pero es necesario conversarlo, decir cómo nos sentimos porque no estamos solos en ese proceso de duelo que nos toca vivir. Con seguridad encontramos personas con quienes podemos compartir nuestros sentimientos, nuestros miedos, nuestra esperanza.

Había pensado en escribir para ella, pero no me animaba hasta hoy. Apenas le hago un pequeño homenaje porque tengo miles de cosas por decir, por recordar. Hoy cierro este artículo y comparto mis sentimientos de duelo y de esperanza que todos sentimos alguna vez.

Y para ella: “Y ahí, juntitos los dos, cerquita de Dios será lo que soñamos. Si nos dejan, te llevo de la mano, corazón, y ahí nos vamos”. Para Julia.

* La Nube, como medio de comunicación, no asume responsabilidad por los puntos de vista expresados en estas columnas. La diversidad de opiniones es fundamental en el ejercicio del libre pensamiento y la democracia, y cada autor es responsable de sus propias palabras.

Si te gustó este contenido compártelo en: 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *