Una catarsis necesaria

El sábado 24 de junio hicimos una pequeña reunión familiar en mi casa para despedir a mi hermano que días después emprendería un nuevo destino. Había rica comida y no podían faltar los brindis con singani y cerveza, todos dedicados a él. Pero un pequeño detalle desentonaba la jornada: yo estaba de turno y encerrada en mi habitación.

Ese día, mientras trabajaba, algo me decía que todo estaba llegando a su fin, que pronto me encontraría con cambios significativos en mi vida y, obviamente, no estaba preparada. Apareció la nostalgia que me lanzaba una ráfaga de preguntas, pero la más dura vendría a sacudirme: ¿Todo valió la pena?

Cinco días después, Página Siete, mi fuente laboral, se cerró y con esa decisión se cerraba también mi rutina, mi trabajo, mi pasión… en resumen, la que había sido mi vida hasta ese momento. Sólo quienes estuvimos dos, cinco, siete, diez, 12 o 13 años en ese periódico sabemos que allí dejamos alma, vida y corazón.

Recibía lamentos como si se hubiese muerto alguien y lo peor es que así se sentía. La impotencia, la rabia y la tristeza recorrieron su camino justo, pero la incertidumbre y la decepción se quedaron. Pregunté a mis compañeras y compañeros si todo había valido la pena. “Sí, Dani, porque hicimos lo que nos gusta”, “Valió la pena porque lo dimos todo”, “Nos tiene que dejar satisfechos”, me respondían.

¿Es ahí donde verdaderamente radica el éxito de una persona? Alguien me dijo que muy pocos pueden irse a dormir sabiendo que hicieron lo que aman. Nosotros hicimos lo que amamos: periodismo. Esa plenitud se sintió cada día, no fue el resultado de un proceso, pese a los obstáculos y las enfermedades.

Pero, como todo en esta vida es un aprendizaje, tengo que reconocer que ningún sacrificio estará por encima de lo que realmente importa: la familia, los amigos y uno mismo.

Si nos despojamos de romanticismos, que a veces ya no tienen lugar, hacer lo que nos gusta también requiere una remuneración acorde a la labor que desempeñamos, de manera oportuna. Dicho esto, reivindico el derecho de todos los extrabajadores de Página Siete de recibir lo que nos corresponde. El periódico se convirtió en Página Siempre que tuvo un equipo de lujo y que ahora está listo para nuevos desafíos.

En aquella despedida familiar, hace casi dos meses, me uní a todos por la noche, cuando ya cantaban unas buenas zambas y nuestros clásicos de siempre. Sabía que ese momento me lo guardaría en el alma. Así como ahora atesoro un café con mis amigos, un juego y las sonrisas de mis sobrinos, un almuerzo con mis papás, unas buenas charlas con mis hermanos, el haber desbloqueado mi corazón… Ahí está la verdadera victoria. A otra cosa no podría llamar felicidad.

Con esta columna inauguro mi espacio de opinión en La Nube llamada “Catarsis”, siempre agradecida con mis colegas por el espacio que me brindan a partir de hoy.

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