Menstruación y crisis climática: una conexión invisibilizada

La menstruación, como proceso biológico natural, forma parte fundamental de la vida de las personas menstruantes y conlleva implicaciones físicas, psíquicas y sociales que aún son escasamente abordadas debido a los tabúes persistentes en torno al tema.

El pasado 28 de mayo se conmemoró el Día Internacional de la Higiene Menstrual, instaurado como respuesta a la urgente necesidad de incluir este tema en la agenda política global. Aunque aún persisten muchas barreras, hoy se habla de “derechos menstruales”: un conjunto de garantías que buscan asegurar una vivencia menstrual digna y libre de estigmas.

Pero ¿qué relación tiene esto con la crisis climática?

Las consecuencias de la crisis climática rara vez se analizan desde una perspectiva que contemple su impacto diferencial. Las personas menstruantes, especialmente en contextos vulnerables, enfrentan desafíos significativos para gestionar su menstruación con dignidad. Olas de calor extremo, escasez de agua y desastres naturales —provocados por la acción humana— afectan a toda la población, pero tienen efectos agravados en quienes menstrúan.

Para vivir una menstruación digna, es indispensable garantizar el acceso a:

  • Agua potable y sistemas de saneamiento adecuados.
  • Productos de gestión menstrual (toallas higiénicas, tampones, copas, entre otros).
  • Espacios seguros y privados.
  • Atención médica oportuna.
  • Un entorno libre de violencia y estigmas.
  • Información clara y accesible.

Muchas comunidades del sur global enfrentan condiciones adversas como sequías prolongadas, inseguridad alimentaria, contaminación de fuentes hídricas por actividades extractivas y un creciente estrés colectivo. Estos factores comprometen gravemente el derecho a una menstruación digna, cuya problemática sigue siendo invisibilizada por los estigmas y la falta de datos.

Consideremos el caso de una adolescente de 15 años que vive en una comunidad amazónica impactada por el cambio climático. La escasez de agua dificulta su higiene menstrual, exponiéndola a infecciones. Las limitaciones económicas de su familia impiden acceder a productos adecuados, obligándola a utilizar paños de tela que no puede lavar con frecuencia. Esta situación se agrava cuando la familia migra a la ciudad tras perder su fuente de ingresos. Allí, una ola de calor intensifica su estrés, provocándole alteraciones hormonales y amenorrea.

Aunque estas consecuencias no siempre son evidentes, reconocerlas y visibilizarlas es esencial para priorizar políticas que integren los derechos menstruales en el contexto de la justicia climática. El silencio que aún rodea a la menstruación impide dimensionar el problema y responder con medidas efectivas. Aceptar que el cambio climático afecta de forma diferenciada a las personas menstruantes es un primer paso para garantizar sus derechos y bienestar.

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