Paridad sin poder: el desafío pendiente de las mujeres en la política boliviana

Con el recién pasado Día de la Madre, Bolivia se llena de mensajes que celebran el sacrificio, la ternura y el poder transformador de las mujeres. Se recuerda a las Heroínas de la Coronilla, se alaba la fortaleza silenciosa de las madres bolivianas, y se habla de su papel fundamental en la historia del país. Sin embargo, cuando se trata de política, de la toma de decisiones, del poder real, ese mismo protagonismo femenino suele desdibujarse o, peor aún, olvidarse. ¿Dónde están las mujeres cuando se habla de gobernar? ¿Qué lugar ocupa la maternidad simbólica cuando no se ajusta al molde de la ternura sino al liderazgo y la firmeza?

Aunque Bolivia ha sido reconocida en años anteriores por su alto nivel de representación femenina en el Parlamento, la situación actual revela retrocesos importantes. Según el informe “Mujeres en la política: 2023” de la Unión Interparlamentaria (UIP) y ONU Mujeres, el país ocupa el décimo segundo lugar a nivel mundial en representación parlamentaria femenina, nueve puestos por debajo de la anterior legislatura, cuando llegó a ocupar el tercer lugar. Esta caída se explica en parte porque el informe prioriza el análisis de las cámaras bajas, donde Bolivia ha retrocedido: la presencia femenina en la Cámara de Diputados bajó del 51% (2014 – 2020) al 47% actual. En contraste, en la Cámara de Senadores, las mujeres alcanzan un 56% de representación, marcando un récord histórico.

A pesar de estos porcentajes, la paridad numérica no siempre se traduce en poder real. Las mujeres siguen enfrentando múltiples barreras para tomar decisiones autónomas, liderar espacios estratégicos o incidir en la agenda política. La violencia y el acoso político, aunque sancionados por ley, continúan operando de forma silenciosa pero sistemática, debilitando sus liderazgos y expulsándolas del escenario público. Como señala el mismo informe global, la paridad de género en los espacios de toma de decisiones está aún muy lejos de alcanzarse: solo el 26,5% de los escaños parlamentarios en el mundo están ocupados por mujeres, y ellas siguen siendo relegadas a carteras vinculadas al cuidado y la protección social, mientras los hombres siguen dominando sectores clave como la economía y la defensa. Bolivia, pese a sus cifras, no escapa a esta lógica estructural.

Esta disparidad se hace aún más evidente en el Órgano Ejecutivo. De los 16 ministerios que componen el gabinete presidencial, apenas tres están a cargo de mujeres. Y en los niveles subnacionales, la situación no es muy distinta: gobernaciones, alcaldías y secretarías clave siguen siendo territorios dominados casi exclusivamente por varones. Lo simbólico también cuenta ya que, en casi 200 años de historia republicana, Bolivia ha tenido solo dos mujeres que han ocupado la silla presidencial, Lidia Gueiler Tejada y Jeanine Áñez. No obstante, es importante señalar que ambas lo hicieron en contextos de crisis, sin un mandato plenamente legitimado por las urnas. Sus gestiones, además, han sido objeto de alta controversia, lo que ha reforzado prejuicios sobre la capacidad femenina para ejercer el poder.

En el caso de Jeanine Áñez, su asunción como presidenta interina presentó una campaña mediática en la que se mostraba como “la madre que llega a ordenar la casa”, una figura tierna, abnegada y cuidadora que venía a poner orden tras el caos. Este tipo de representación, aunque a primera vista pueda parecer positiva, es profundamente limitante. Reduce a las mujeres al rol maternal, negando su multiplicidad: no solo somos madres, también somos científicas, empresarias, escritoras, políticas. Las mujeres no llegan al poder para cuidar lo que otros desordenaron: llegan a transformar, proponer, liderar.

Hoy, con las elecciones generales cada vez más cerca, la situación no parece cambiar demasiado. En un mar de binomios compuestos por hombres, solo dos mujeres figuran tentativamente como candidatas a la presidencia o vicepresidencia. Una de ellas es Mariana Prado, quien acompañará a Andrónico Rodríguez como vicepresidenta. La otra, Eva Copa, quien es la única candidata a la presidencia. La presencia femenina es sumamente reducida, y no por falta de lideresas, sino por una estructura partidaria que continúa relegando a las mujeres a roles secundarios o decorativos.

Ante este panorama, más de 550 organizaciones de mujeres e instituciones aliadas han anunciado una vigilia a nivel nacional para exigir al Tribunal Supremo Electoral el cumplimiento efectivo de los principios de paridad y alternancia en los procesos electorales. Esta acción colectiva no solo denuncia la exclusión persistente, sino que expresa una demanda clara: que los partidos políticos dejen de usar a las mujeres como cuota simbólica y las incorporen realmente como sujetas políticas con derecho a decidir y gobernar.

La lucha, además, no se limita al ámbito institucional, el desprecio hacia las mujeres y su capacidad de manifestarse en el ámbito político es pan de cada día. Solo como ejemplo, hace dos años, durante una protesta de mujeres en Tarija, un hombre no solo se tocó y mostró sus partes íntimas a un grupo de mujeres que hacían una protesta, sino que también manoseó, insultó e incluso golpeó a una de las manifestantes. Las mujeres reaccionaron y lo enfrentaron con golpes e insultos, pero aunque el hecho fue polémico, quedó en el olvido sin mayores acciones contra el agresor.

Por eso, este pasado Día de la Madre, más que flores o poemas, necesitamos una agenda de justicia. No se trata solo de celebrar a las madres como figuras abnegadas y sacrificadas, sino de reconocer la multiplicidad de roles que las mujeres desempeñan en la sociedad: son madres, sí, pero también políticas, científicas, lideresas, artistas, defensoras de derechos, gestoras del cambio. Necesitamos que se garantice a las mujeres no solo el derecho a estar en la política, sino a ejercerla con dignidad, sin miedo, con voz propia y poder real. Que la paridad deje de ser una cifra para convertirse en transformación concreta, en posibilidad de decidir, de incidir, de gobernar.

Porque las madres, las hijas, las hermanas y las compañeras no solo cuidan: también sueñan, también lideran, también construyen futuro. Y Bolivia les debe aún una democracia a su altura..

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