Retomo las ideas que planteo en mi anterior columna (https://todosnube.com/blog/2025/04/09/la-era-del-caos/): primero, que es necesario aceptar el inevitable y permanente reajuste de las cosas, que no existe nada parecido a un sistema o modelo de sociedad que esté diseñado para responder a todos los desafíos que van surgiendo; y segundo, que todo parece indicar que nos encontramos en un punto de inflexión, que la forma de pensar y actuar que tenemos como humanidad ya encontró sus propios límites. Todos los pasos que tomemos para mejorar nuestra situación serán fútiles si no aceptamos este hecho: nos enfrentamos a una combinación de factores, a un escenario de tal complejidad y gravedad, que seguir actuando como lo hemos hecho hasta ahora no es una alternativa. No debe usted simplemente creer mi palabra: infórmese.
Una vez comprendida la magnitud de la crisis a la que nos enfrentamos, podemos decidir más sabiamente en qué dirección movernos para pensar el futuro. Sin embargo, justamente debido a las lecciones aprendidas de nuestra propia historia humana, no podemos concebir esta dirección como un novedoso sistema político y económico que tiene todas las respuestas y al que debemos someternos por fe en sus promesas de paz y progreso. Cuando hablo de una dirección que orienta nuestro movimiento, me refiero más bien a la aceptación de la incertidumbre, y a la construcción de una nueva relación entre el individuo y la sociedad, el planeta, el universo, y más importantemente: consigo mismo. En suma, las respuestas correctas solo serán posibles desde un nuevo y más completo estado de consciencia.
Ahora, entiendo que la simple recomendación de un nuevo estado de consciencia puede entenderse como verborragia new-age, y tener los mismos efectos prácticos, que es ninguno. De forma que se hace aquí necesario exponer lo que yo concibo como este nuevo estado necesario para producir respuestas.
Primero, comprenda que nadie puede predeterminar lo que podemos ser, ninguna voluntad individual ni receta política puede dirigirnos a donde debemos ir, sino que solo puede ser un camino construido de forma permanente por quienes lo transitamos. Esto significa que requeriremos de mucha imaginación. En este modelo agotado de sociedad, incluso la imaginación es funcional al mercado, así que la innovación se entiende como la capacidad de idear mejores formas de explotar recursos y necesidades para vender más. Por eso, propongo entrenarnos para reimaginar la imaginación: piense solo por pensar, imagine solo por imaginar, olvide la necesidad de tener un objetivo y déjese llevar por las rutas insondables de su propia mente. Simplemente, averigüe hasta qué lugares y momentos inexistentes su mente es capaz de llevarlo. Alimente su don nato de la creatividad: lea, consuma arte, haga el esfuerzo por entender cómo otras personas ven el mundo. Enséñele a su mente que sus límites son autoimpuestos. Si usted ejercita esta capacidad, podrá idear respuestas creativas ante cualquier tipo de problema cuando llegue el momento de necesidad, y sin ser ninguna solución definitiva, estas respuestas echarán a andar el dínamo del pensamiento colectivo.

La selección y maduración de las innumerables alternativas de acción propuestas requerirá de pensamiento crítico, que es nuestro siguiente punto. El pensamiento crítico e independiente, lamentablemente, es casi contraintuitivo en una sociedad como la boliviana, esculpida con el cincel de los mitos patrios y endógenos. Los bolivianos no dejamos de buscar caudillos que nos prometan bienestar y protección, y que además sepan anular a quien se interpone en este camino entre nosotros y la “tierra prometida”. Deje de delegar a los políticos y candidatos la responsabilidad de formular respuestas y administrar la vida colectiva, pues si en doscientos años de vida republicana no ha habido más que una consolidación de la tradición estatal de corrupción e ineptitud, no sea iluso pensando que ahora su candidato es diferente. La nueva actitud debe amalgamar curiosidad y escepticismo. Elija y vote, si así lo decide, pero desarrolle curiosidad por comprender los temas que le preocupan. ¿De qué otra manera podrá usted juzgar quién tiene las mejores propuestas para resolverlo? Y no olvide el escepticismo, que le protegerá a usted de la necesidad de defender a alguien cuando es criticado, y le moverá a buscar la evidencia para evaluar los hechos, los discursos y las críticas, vengan de donde vengan.
Esto, desde luego, no puede darse si es que no tenemos el hábito del diálogo. No basta con un diálogo normado e institucionalizado, y, de hecho, conviene mucho ser escéptico también de los espacios oficiales de diálogo. Pensemos el diálogo como un hábito que debe ser cultivado y practicado, sin necesidad de un propósito más que intercambiar impresiones sobre el mundo, sobre la vida, sobre las cosas que nos diferencian y sobre aquellas que nos unen. En este sentido, el diálogo no tiene por qué tener el fin práctico de acordar soluciones, sino que es un ejercicio de sabiduría que nos permite comprender que el mundo no es una carrera en la que podemos tener éxito aislado, sea como individuos, grupos o naciones. Nos debemos a otras personas, siempre: a nuestra familia, a nuestro equipo de trabajo, a nuestros amigos; y el diálogo nos permite examinar y comprender la forma y naturaleza de estas relaciones, e identificar lo que puede ser mejorado y transformado.
En fin, estoy seguro de que usted puede proponer una serie de virtudes adicionales que nos harán falta para imaginar otros futuros posibles que construir, y con seguridad estaré de acuerdo con su propuesta si nos urge a mirarnos con honestidad y actuar con valentía para aceptar nuestra responsabilidad en nuestro propio futuro. Las soluciones a los problemas acuciantes que enfrentamos podrán idearse, revisarse y reinventarse en tanto cultivemos virtudes que nos permitan crecer y desaferrarnos de mitos cuya caducidad es evidente.