La última temporada de incendios forestales en Bolivia está siendo abrumadora. Este año el fuego ha arrasado 4 millones de hectáreas, un área similar a la de Suiza. Esto se suma a las más de 20 millones de hectáreas de bosques primarios y pastizales que ya se han quemado en el país entre los años 2019 y 2023. Se calcula que solo este año, entre 10 y 30 millones de animales perdieron la vida entre las llamas. Nuestro país está de luto y las respuestas son insuficientes y tardías.
Ante este escenario desolador, distintas iniciativas personales e institucionales buscan contribuir a la restauración ecológica de las áreas afectadas post incendio. Pero poco se sabe sobre la factibilidad de estos esfuerzos.
La ciencia de la restauración ecológica es relativamente reciente. Sus orígenes se calculan en los años 80, y su crecimiento exponencial se ha dado recién a partir del año 2000. Esto contrasta con la biología, que se reconoce como un campo científico ya desde el siglo XIX, y cuyos orígenes se remontan al Ayurveda, la medicina egipcia antigua y el antiguo mundo grecorromano. A la restauración ecológica le queda un amplio camino por recorrer.
Lo que se sabe es que los ecosistemas más complejos, como los bosques tropicales y los arrecifes de coral, son muy difíciles o imposibles de restaurar en su totalidad. A mayor biodiversidad y grado de endemismo, mayor es la dificultad y el tiempo requerido para restaurarlos. La restauración ecológica consiste en asistir en la recuperación de ecosistemas que han sido degradados, dañados o destruidos. No se trata solo de plantar árboles, sino de restablecer las condiciones del suelo, proteger las cabeceras de cuenca y facilitar el retorno de la fauna, entre otras varias acciones necesarias para lograr una recuperación total.
Y no es una tarea fácil, ya que implica una serie de retos. Por ejemplo, si se reintroducen los herbívoros muy temprano, estos se comerían los brotes tiernos de los árboles recién plantados, frustrando el proceso de restauración. También es un proceso que requiere paciencia. Estudios señalan que la recuperación funcional de los ecosistemas es más rápida que la estructural, lo que significa que puede que no veamos un bosque recuperado en cinco años, pero en esos años sí es posible empezar a recuperar funciones ecológicas como la mejora de la calidad del agua y la provisión de refugios para fauna.
Con la pérdida acelerada de biodiversidad a nivel mundial en las últimas décadas, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el periodo 2021-2030 como el Decenio de las Naciones Unidas sobre la Restauración de los Ecosistemas, a raíz de una propuesta de acción impulsada por más de 70 países. La proclamación de este decenio busca reunir apoyo político, investigación científica y financiamiento para ampliar masivamente la restauración con el objetivo de revivir millones de hectáreas de ecosistemas terrestres y acuáticos.
Se espera que compromisos internacionales como este generen el tan necesario incremento de cooperación científica y recursos financieros destinados a la restauración de ecosistemas, como los afectados por incendios. Estos recursos deberían dedicarse a la generación de conocimientos científicos sólidos sobre los ecosistemas degradados y a la implementación de estrategias integrales para su restauración, que involucren a las comunidades locales y prioricen las funciones ecosistémicas por encima de otros intereses.
Sin embargo, los recursos financieros comprometidos hasta la fecha para la restauración ecológica distan mucho de ser suficientes, y se evidencian grandes errores en las intervenciones de restauración, como ser: reforestación con especies no nativas e incluso especies invasoras, falta de consulta previa, libre e informada a las comunidades locales, y promoción del lavado verde o «greenwashing», que permite que actores que generan destrucción ambiental laven su imagen a través de proyectos muchas veces poco significativos.
Debido a estos errores, existe el riesgo de que los objetivos de restauración, tanto a nivel internacional como a nivel nacional, queden en meros compromisos simbólicos, aportando poco o nulo valor ecológico a los ecosistemas degradados.
Según las técnicas utilizadas, la restauración ecológica puede considerarse activa o pasiva. La restauración activa implica la intervención humana directa, y puede incluir la siembra de especies nativas o la ampliación de los bordes de los hábitats. Por otro lado, la restauración pasiva busca permitir que los procesos naturales se encarguen de la recuperación del ecosistema, y normalmente implica dejar que la vegetación natural se regenere por sí sola, con poca o ninguna intervención.
En ecosistemas afectados por incendios, se recomienda tratar de evitar el arrastre de la capa superficial, formada por restos de vegetación y cenizas, a través de barreras naturales. Posteriormente, para complementar los procesos de recuperación, se podría añadir material orgánico. Cuando se garanticen las condiciones mínimas del suelo, se puede reforestar con especies nativas, empezando con especies pioneras con un rango de tolerancia más amplio a las condiciones post incendio. Todo esto debe ir acompañado de monitoreo constante por parte de las autoridades pertinentes y de las comunidades asociadas a la zona.
Estudios científicos en América Latina y el Caribe muestran una distinción importante entre ecosistemas adaptados al fuego y no adaptados. En el caso de los paisajes afectados por incendios, las experiencias muestran que la restauración pasiva puede ser tan efectiva como la restauración activa si los suelos no se ven gravemente afectados y se elimina el riesgo de erosión. Esto también excluye el riesgo de fallas en la restauración activa, como la introducción de especies invasoras, sin mencionar la enorme diferencia entre ambos tipos de restauración en cuanto al costo económico.
Los ecosistemas más afectados por los incendios forestales en Bolivia en los últimos años pertenecen a distintas ecorregiones, como bosques amazónicos, el bosque seco Chiquitano, el Pantanal y el Chaco boliviano. Cada uno de estos tiene peculiaridades a considerar en la restauración. Por ejemplo, el bosque seco Chiquitano es un ecosistema altamente resiliente al fuego, y se ha observado que puede recuperar su riqueza y diversidad tras los incendios, logrando una composición similar a la que tenía en su estado natural si no se perturba durante su proceso de regeneración. Los bosques amazónicos de inundación, por el otro lado, tienen una baja resiliencia al fuego.
Otro aspecto que se evidencia en Latinoamérica es que el daño de los incendios forestales empeora cuando las actividades dañinas ocurren poco después. Los incendios repetidos combinados con el pastoreo intensivo de ganado han creado un nuevo patrón de perturbación en la Patagonia del Norte. En las tierras altas de Córdoba, la presencia regular de ganado ha provocado un aumento del 50% en la pérdida de suelo después de los incendios, convirtiendo el área en un desierto rocoso.
El riesgo mayor en la restauración es que se haga siguiendo fines políticos o que busquen el lucro de unos pocos en desmedro de los ecosistemas. La intervención de ecosistemas afectados por el fuego bajo pretexto de restaurarlos, con el fin de habilitar esas tierras para otros fines como la agricultura intensiva o la ganadería, debería ser un delito penado por ley. Esto se constituye en la consumación del ecocidio, al quitar toda posibilidad de autoregeneración a los ecosistemas.
La prohibición de intervenciones que dañen ecosistemas afectados por incendios y con potencial alto de regeneración anularía de algún modo el incentivo para seguir provocando incendios forestales con la intención de habilitar las tierras quemadas para usos de suelo diferentes a su vocación forestal. Esto se traduciría en una reducción significativa de los incendios provocados cada año.
Existe un pequeño grupo de instituciones científicas, organizaciones no gubernamentales y colectivos ciudadanos en Bolivia que, con poco financiamiento y mucho criterio socio-ecológico, están logrando generar conocimiento y herramientas para la restauración ecológica post incendio de nuestros bosques. Sus iniciativas deben ser promovidas y financiadas. Una estrategia nacional de restauración ecológica debe construirse sobre la vasta experiencia de estas instituciones, de la comunidad científica boliviana y de las comunidades locales, quienes poseen conocimientos valiosos sobre la ecología de su región.
Pero también existen grandes intereses sobre las tierras quemadas para su conversión a otros usos de suelo, que no permitirían la regeneración de los bosques ni el retorno de la fauna.
Si consideramos como bosque no solo al bosque en pie y en buen estado, sino también al bosque post incendio con potencial de regenerarse, probablemente en muchos casos será más apropiado hacer caso a la sabiduría popular manifestada en los cánticos que se han escuchado en las recientes marchas por los incendios:
“Ni soya, ni coca, el bosque no se toca”.