Ya van un par de meses de incendios incontrolables en las tierras bajas de Bolivia. Las llamas no se detienen y han reducido millones de hectáreas de bosque a cenizas. Si retrocedemos 10 años, Bolivia ya vivía esta pesadilla. En 2014, los incendios arrasaron aproximadamente 2 millones de hectáreas. Desde entonces, las advertencias de parte de expertos sobre el riesgo de repetir esta catástrofe no han faltado, pero año tras año el problema se ha intensificado.
El 2019 marcó un punto de quiebre, ya que la devastación en la Chiquitanía alcanzó niveles históricos con más de 6 millones de hectáreas destruidas. Las imágenes del bosque ardiendo, la fauna desplazada y quemada, o los pueblos indígenas afectados parecen no haber calado lo suficiente en la psique boliviana. Me pregunto: ¿cuánto hemos aprendido desde entonces? Lo cierto es que poco o nada. En 2020, 2021, 2022 y 2023, la historia se repitió: más hectáreas quemadas, más promesas vacías y más greenwashing, ese término que hace referencia a las políticas y discursos de personas o empresas que buscan mostrar una supuesta preocupación por el medio ambiente, mientras las acciones concretas brillan por su ausencia.
El 2024 ha llegado para confirmar lo peor: los incendios en Bolivia siguen fuera de control. Con más de 4,5 millones de hectáreas afectadas, lo que parecía un problema limitado a ciertas áreas se ha expandido. Ya no solo hablamos de la Chiquitanía, sino de lugares tan diversos como la Reserva Manuripi en Pando, el norte y los Yungas paceños, Magdalena en Beni, y nuevamente Santa Cruz, donde el Área Natural de Manejo Integrado San Matías y el Parque Nacional Noel Kempff Mercado enfrentan los embates más severos.
El impacto de estos incendios no se limita a los ecosistemas. El humo ha invadido los centros urbanos, afectando la calidad de vida de millones de bolivianos. En ciudades como La Paz, Oruro o Potosí, la calidad del aire se ha calificado como «muy mala», mientras que en otras zonas cercanas a los incendios, el aire ha sido catalogado como «extremadamente malo». La crisis ambiental se está traduciendo en una crisis de salud pública, donde el humo, nuestro humo de cada día, se ha convertido en parte de nuestra realidad. Esperamos un milagro en forma de lluvias, en una época donde generalmente no sucede, y aquí me permito recordar que no solo el oxígeno viene del bosque, sino también la lluvia.
Lo más preocupante es que, a pesar de la gravedad de la situación, seguimos escuchando discursos que adornan la inacción con términos como «sostenibilidad» o «desarrollo». Pero la verdad es que el greenwashing solo maquilla la falta de compromiso real por parte de las autoridades y sectores empresariales involucrados en la expansión agrícola y ganadera, que muchas veces actúan como catalizadores de estos desastres.
Este fenómeno del «lavado verde» no se detiene allí. Instituciones, organizaciones o personas influyentes que se presentan como supuestas defensoras del medio ambiente organizan eventos grandilocuentes, donde se habla de «desarrollo sostenible» y de su compromiso con la Madre Tierra, mientras sus verdaderos aportes a combatir la crisis climática en Bolivia son prácticamente nulos. Estos eventos, más que generar cambios, sirven para limpiar la imagen de dichos actores y de otros que están implicados en la expansión descontrolada de la frontera agrícola o en la explotación de recursos naturales. Entre fotos, videos, música y compromisos vacíos, el verdadero problema sigue ardiendo, literalmente.
Ahora, algunos influencers y figuras públicas han comenzado a pronunciarse respecto a la crisis de los incendios, incluso algunos respondiendo de manera altanera. A pesar de que me parece bien que haya llegado la conciencia a ellos y que muestren preocupación, llegan dos meses tarde. La tragedia ya está en su clímax; lo que vemos en sus publicaciones no es más que una forma de «arrepentimiento» que sigue pareciendo más una manera de lavar su imagen, ya que casualmente vienen después de una “funada” —como se dice actualmente— por un evento pasado que fue y es cuestionable. Es decir, las contribuciones vienen con buen fin, pero cuando ya es demasiado tarde y parecen más una herramienta de reivindicación social que un aporte real a la solución.
En definitiva, el humo no solo oculta el cielo, sino también las verdades incómodas. El greenwashing se ha convertido en una cortina de humo detrás de la cual se esconden los culpables de esta devastación, mientras nuestros bosques desaparecen y el país se asfixia.
Es crucial recordar que la naturaleza no está solo en peligro durante las crisis visibles, sino que se ve amenazada todo el año. La protección de nuestros ecosistemas requiere un compromiso continuo, más allá de las campañas temporales. Ojalá estas figuras públicas, entidades y personas en general se asesoren con profesionales en medio ambiente para que sus mensajes y acciones sean más efectivos y, a su vez, dichas acciones estén respaldadas por la ciencia. Solo así se evitará que esto quede en una simple campaña, transformándose en un apoyo real y sostenido, juntamente con instituciones académicas y de investigación que son fundamentales para la conservación de los espacios naturales de Bolivia. Además, sería coherente que todos los implicados se comprometan, por ejemplo, a no usar pirotecnia en celebraciones como Año Nuevo y que, en general, intenten reducir su huella ecológica. Así, darían un ejemplo más completo en la lucha por proteger el medio ambiente. Y sobre todo, espero que no quede en una moda más y pasen la página al siguiente tema.