¿Navidades? las de antes

Yo tenía 6 años cuando la magia ocurrió. Era 1990, mi familia de siete integrantes ocupaba un garzonier en la casa de mi tía abuela, en Sopocachi. Fue mi primer hogar de verdad y allí descubrí la Navidad al ritmo de los chuntunquis chuquisaqueños.

Madre e hija en Navidad de 2022, atrás el niño Jesús. Crédito, Fabiana Romero.

Después de pasar por dos patios y otras pequeñas habitaciones, me acerqué la primera vez lentamente a una sala, me guiaban los golpecitos del bombo hasta que por fin logré entrar de la mano de mi mamá. “Hay que adorar al niñito Jesús”, me dijo y me enseñó. Yo brincaba al ritmo de la música, de las palmas y de los chullu chullus, llegaba saltando al altar donde estaban Jesús, María y José y retrocedía al mismo ritmo, pero sin mirar atrás. Así se formaba una cadena de danzarines de todas las edades que al son del Wachitorito recorría y llenaba de alegría ese lugar.

Era tan divertido que me la pasaba toda la noche adorando a Jesús con mi hermano, algunos primitos, mis papás, mis tías y los paisanos de mi mamá, cuya tradición de Camargo y de Culpina (Chuquisaca) marcaron mis navidades de por vida.

A las 12:00 todos nos acercábamos a rezar, mis tías preparaban incienso, prendíamos velas y después de unos minutos en silencio todos nos abrazábamos. Té con té para los adultos y leche con canela para los niños acompañaban la Noche Buena y después de ese ritual corríamos a nuestra pequeña casita para ver si ya había llegado Papá Noel. Finalmente, la noche se coronaba con la picana de mi abuela. Todo era perfecto.

Siempre que pienso en la Navidad traigo a mi memoria la que disfrutaba de niña. Hay muchos que coinciden conmigo en que las navidades eran las de antes y yo creo que la razón principal era porque nuestra inocencia nos permitía disfrutar en plenitud de una reunión familiar, nadie faltaba, todos estaban a nuestro lado.

Con el paso del tiempo todo cambia, resulta que ahora hay personas muy importantes para nosotros que ya no están, otros familiares están lejos, amigos que viven afuera. Ya ninguna Navidad es como antes y entramos, queramos o no, en una especie de duelo porque nos quitan algo que amamos.

Escucho de ciertas personas que siempre hay que darle un nuevo sentido a la Navidad, pese a las adversidades. Al margen de que esta celebración nos guste o no, es un momento que siempre nos llama a reflexionar, a ver con otros ojos lo que tenemos ahora en nuestras manos y aferrarnos a eso con otra mirada y con el corazón abierto.

Un pesebre artesanal. Crédito: Daniela Romero

Si bien la Navidad nos recuerda el nacimiento de Jesús, también es una fecha de renacimiento personal en la que ponemos sobre la mesa nuestras frustraciones del año, el enojo, el estrés, los cambios sin avisar, todo aquello que nos hizo tambalear. Somos conscientes de todo eso cuando lo vamos transformando en perdón, en reconciliación y en cierta paz que nos brinda la necesidad de respirar hondo y caminar hacia adelante con nuevos bríos.

No obstante, hay algo que no se puede dejar atrás: “lo que amamos”. Y yo amaba mis navidades de los 90 y lo mejor que puedo hacer es recordarlas con amor pese a la añoranza profunda llena de suspiros. Ahora, celebro con mi hermana, con mis sobrinos a quienes dejamos la semilla de la adoración.

El ser humano tiene ese privilegio, de recordar todo lo que alguna vez nos hizo felices y hay que practicar esas memorias con ese enfoque hasta que se transformen en nuevas actitudes y vivencias.

El año pasado, el niño Jesús al que adoraba de niña regresó y esta vez a mi casa. Me dieron el honor de ser quien organice las navidades a partir de ese momento con nuestras tradiciones familiares y, aunque nada será lo mismo de hace más de 30 años, mis recuerdos hacen que esta celebración sea la más esperada y a la que le pongo puro corazón para que salga bien.

De hecho, aunque ya no brinco como antes, lo sigo haciendo de la mano de mi mamá, juntas vamos y venimos al son de los chuntunquis que siguen vigentes. Ella cumple años cada Navidad y para mí es una razón suficiente para que esta fecha siga siendo la más linda.

A tiempo de agradecer a mis lectores su compañía desde julio de este año, les deseo de todo corazón unas fiestas de fin de año llenas de amor familiar y reconciliación. Asimismo, agradezco mucho a mis amigos de La Nube por abrirme este espacio donde plasmo mis opiniones con toda libertad. Bendiciones para ustedes y sus familias. Hasta el próximo año.

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