Unas 10 familias ayoreas afectadas por incendios y sequía llegan a La Paz en busca de recursos

Familias ayoreas fundación Tierra

Fundación Tierra

Unas 10 familias ayoreas provenientes de las comunidades chiquitanas Santa Teresita y Nueva Jerusalén —ubicadas a 12 kilómetros de distancia de la carretera que une Santa Cruz con Puerto Suárez, altura Tapera, en el municipio de San José— llegaron hace tres semanas a la ciudad de La Paz en busca de recursos, víveres y ropa, tras ser afectadas por los intensos incendios forestales que azotaron su región hace dos meses.

“Es la primera vez que llegamos. Estamos pidiendo moneditas. Cuando vinieron los incendios se quemaron nuestras casas y los pocos cultivos (que teníamos). Este año fue peor porque también nos afectó la sequía. Vivimos adentro del monte”, relató Alfonso Chiqueno de 29 años, quien llegó hasta la ciudad con dos de sus tres hijos. Consultado sobre por qué decidió llegar hasta La Paz, el afectado contó que fue porque “aquí la gente es más solidaria”.

Alcides Vadillo, director de la Regional Oriente de la Fundación TIERRA, explicó que los ayoreos son un pueblo indígena seminómada de la región del Chaco que se dedica principalmente a la caza y a la recolección. En su criterio, su llegada a La Paz obedece a una dinámica de exploración de nuevos territorios de recolección y que no deja de sorprender que hayan decidido llegar tan lejos de su lugar de origen.

“Lo que están haciendo ahora en La Paz es seguir con su actividad de recolección, solo que están cambiando el territorio rural por urbano. Eso lo hacían antes en Santa Cruz, pero ahora llama la atención que estén yendo a nuevas áreas en la perspectiva de buscar mayor posibilidades de recolección. ¿Quién los guía en esas decisiones? No tenemos idea, pero culturalmente ellos son recolectores. Deben estar muy desesperados como estrategia de sobrevivencia, por eso la gente migra”, apuntó Vadillo.

Las familias que llegaron a La Paz pernoctan en un alojamiento de la ciudad de El Alto. A las 10.00 emprenden marcha hasta la calle 13 de Calacoto, en la zona Sur de La Paz, donde piden limosna a los vehículos y transeúntes que salen de Irpavi. Allí se quedan deambulando hasta las 19.00 y luego, retornan a su alojamiento. La pasada semana, un grupo de activistas, con altavoz en mano, ayudó a los indígenas a recolectar donaciones.

El grupo de indígenas que arribó del oriente está conformado por 20 personas adultas, 10 menores de edad y 5 bebés de menos de un año y planean quedarse recolectando donaciones de ropa, víveres y dinero hasta el 20 de diciembre.

“Allá las mujeres trabajan con artesanías y los hombres en el monte, pero cuando llegaron los incendios se acabó todo el trabajo. Ahora no hay nada. Algunos animales están subsistiendo, pero ya no tenemos forma de ganarnos la vida”, añadió Pánfila Noruminá, otra de las afectadas.

Noruminá detalló cómo el cambio climático modificó su entorno. Puso como ejemplo lo que sucedió con una planta llamada carahuatá (tipo palmera), que se perdió por completo en los incendios. Este material era utilizado por las mujeres para realizar artesanías para la venta y así lograban obtener ingresos económicos para sus familias. De esa planta, las mujeres tejen carteras, manillas y otros adornos que salían a comercializar a San José de Chiquitos, donde los objetos eran comprados principalmente por turistas.

En el caso de los hombres, éstos estaban dedicados a la caza. Para su alimentación solían adentrarse al bosque para atrapar urinas (venados), peji (animal parecido a la iguana) o petas (tortugas), de los que no hay rastro debido a los incendios.

Los prolongados períodos de sequía dificultaron las cosechas, mientras que el fuego, el humo y las altas temperaturas los obligó a tomar la decisión de desplazarse. Otro grupo se quedó en la ciudad de Santa Cruz con el mismo objetivo.

Chiqueno aseguró que pese al cambio de clima, no tuvieron afectación de ningún tipo en La Paz, salvo algunos malestares pasajeros que se registraron a su llegada y afirmó que eso no se compara con los problemas que arrastraban por las intensas humaredas y las altas temperaturas. “Aquí los niños están mucho mejor que allá”.

Respecto a su alimentación, señalaron que consumen lo que la gente les comparte en la calle. “Tenemos una garrafa, pero no tenemos cocina para hacer por lo menos una olla común. A veces la gente también trae aquí y eso nos partimos entre todos”.

Este grupo de ayoreos no tiene un representante y tratan de organizan dividiendo todo. Aunque no es raro que quienes corran más rápido a un donativo, sean los más beneficiados.

Las estructuras de los ayoreos, explicó Vadillo, son clánicas, es decir que se mueven en clanes, donde no hay un líder visible. “Santa Teresita se ha venido quemando los últimos tres años. Este año se ha vuelto a quemar. Al verse quemado su territorio, más que una pérdida en campos de cultivo, ellos están señalando no hay qué animales cazar. Se han visto obligados a salir a las ciudades a mendigar como un nuevo espacio de recolección”, finalizó Vadillo.

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