Estábamos saliendo de un restaurante de comida vietnamita ubicado en la zona central de Berlín cuando lo vi. Se exponía en la vitrina de una tienda, con otros vestidos negros, muy sexis. Era tan pegado a la figura que parecía pintado y tenía secciones de transparencias en lugares estratégicos del cuerpo que, lejos de ser vulgares, eran provocativos y te llamaban la atención; y el material brilloso, un material hasta entonces desconocido para mí, me pedía a gritos que lo toque, pero la vitrina me lo impedía. Lógicamente quise entrar, pero la tienda estaba cerrada. Marqué la dirección en Google Maps y me planteé la actividad principal del día siguiente en mi semana de visita por Alemania: Comprar ese vestido.
—Voy a volver —le dije a mi amiga, una mujer trans colombiana.
—¿Para ver más vestidos?
—No, para comprarme uno.
—¿Quieres comprarlo? ¿Tú? —me dijo con una cara de sorpresa nada disimulada.
Le emocionó tanto la idea que ofreció acompañarme al día siguiente. Tomamos el metro, caminamos un poco, nos perdimos otro poco, pero finalmente llegamos; y la tienda estaba abierta.
Adentro dominaba el color negro, pero también había prendas de color rojo y muchas plumas, cuero y esos vestidos que me habían llamado tanto la atención.
La persona a cargo de la tienda notó lo amateur que me veía en medio de ese mundo de texturas y me ofreció su ayuda. “¿Están buscando algo en especial?”, nos preguntó.
Yo, aún tímida, no respondí a tiempo. Mi amiga se adelantó y señaló el vestido expuesto en la vitrina. “Queremos un vestido como ese”, afirmó.
Con sólo una mirada supo mi talla, S. Pero yo insistí en probarme uno de talla M.
Después de unos minutos en el vestidor, peleando con el cierre, salí con el vestido puesto.
Para acomodar la delgada tela sobre mi cuerpo, pasé las palmas sobre el vestido y entonces lo sentí, como una explosión de sensaciones. Así, descubrí el látex.
La vendedora no pudo evitar una leve risa. “Ya sé, se siente genial, ¿verdad?”. Entonces, me dijo que esa no era mi talla, que debería probarme una menos, porque no debería haber pliegues; los vestidos de látex quedan como pintados en el cuerpo.
Le hice caso y me probé uno más pequeño. Después de una lucha un poco más larga con el cierre y la ayuda de mi amiga, salí del vestidor y me miré al espejo.
Nunca me había sentido así. Siempre me consideré una chica bonita o simpática, tal vez incluso tierna en algunas ocasiones, pero ese vestido mostraba otra versión de mí. Me hacía sentir sexy.
Lo compré, sin titubear, ni siquiera por su precio (carísimo). Y al salir, tomé uno de los folletos gratis que había en la mesa: “Una guía del lado kinky de Berlín”, se leía en el título.
¿Qué significa kinky? Investigué y ahora sé que significa excéntrico, raro, travieso o sexy. Ese librito señalaba todos los lugares en la ciudad donde podías encontrar productos que alimentan los fetiches, como corsets, cueros, plumas, máscaras y lencería. Resulta que hay diseñadores que se dedican específicamente a ese mundo kinky.
Para mi sorpresa, los modelos de los anuncios no son mujeres con senos enormes y cinturas delgadísimas, que típicamente esperaría en productos sexuales. De hecho, la mayoría son hombres. Entendí que las personas gays y la comunidad LGTBIQ están más abiertos a esos temas. Me animo a decir que son más valientes en admitir sin vergüenza lo que sienten respecto a su sexualidad, pero esto no significa que sean los únicos que la sientan. De hecho, los hombres también son muy abiertos respecto a sus deseos sexuales. Por eso la pornografía o prostitución son temas comunes y aceptados en la sociedad boliviana como “normales”. Entonces, me sentí mal por mi género, las mujeres. Al menos en mi entorno, parecerían ser las únicas que no mostramos orgullosas nuestra sexualidad o, ¿quizás habrá un mundo kinky en La Paz que yo no conozco?
Saliendo de la tienda, mi amiga me hizo prometer que le contaría cómo reacciona mi esposo cuando me vea con esa prenda. Me dijo que “habrá un antes y un después en tu vida, gracias al vestido de látex”. Asentí y sonreí. Sí, estoy segura de que a él le gustará, pero no lo compré para él. Lo compré para mí y me encanta.
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