“No sé por qué, pero siempre llego tarde”, “No me fijo la hora nunca y cuando lo hago ya voy tarde” o el famoso “qué podemos hacer, es la hora boliviana”. En esta vida sobran excusas para todo y más cuando se tiene que justificar una mala costumbre o, yo diría, una falta de educación.
Hace unas semanas tuve que esperar dos horas a un técnico que tenía que hacer un trabajo en la cocina. Así es, dos horas. Más allá de confesar que la paciencia que me dieron al nacer es mínima, esa eterna espera superó cualquier tolerancia pues me estaban robando tiempo.
Al llegar, esta persona me dijo que en su camino se le habían cruzado los mineros y otra marcha más. Conté hasta 50 para decirle en el tono más calmado posible que siempre hay que tomar previsiones, especialmente en esta ciudad que respira conflictos y movilizaciones.
¿Pero quién toma previsiones? Solo las personas que saben lo que es esperar a otras que no piensan igual. Este técnico se fue con el trabajo hecho a la perfección, pero después de haberme quitado dos horas en las que podía haber hecho varias cosas que tenía pendientes. ¿Se habrá enterado que me quitó tiempo? No. Simplemente vive así, seguramente lo hace siempre y hay otra gente que le tiene que esperar incluso más tiempo, pero para él es normal.
En esos días de mala suerte también fui a una reunión de trabajo a la cual me habían citado a las 16:00, sin embargo la persona con quien iba a tener la cita llegó casi una hora después. ¿Qué creen? Yo llegué a las 16:00 y tuve que esperar. En esta ocasión, como en la anterior, nadie se disculpó; es decir asumen que la falta de puntualidad es parte de la cotidianidad.
Seguramente se habrán dado cuenta que este artículo fue escrito con el hígado y es que realmente considero que una de las mayores faltas de respeto que hay entre seres humanos es la impuntualidad y, tal vez peor que eso, que haya un mundo de justificaciones sin sentido.
Vamos con la primera: “No sé por qué, pero siempre llego tarde”. ¿De verdad uno no puede saber por qué llega tarde? Claro que no. Llega tarde porque no toma previsiones, porque no se organiza en todas las actividades que tiene en el día y porque no considera que hay personas que lo están esperando.
La segunda: “No me fijo la hora nunca y cuando lo hago ya voy tarde”. ¿Es posible que uno no se fije la hora a lo largo del día? Si tenemos una cita médica, una cita laboral o una entrevista cualquiera seguramente nos dan la hora exacta y, por sentido común, debemos calcular nuestros tiempos para llegar en el momento indicado. Entonces, el hecho de que no nos fijemos la hora es una falta de consideración para la persona que nos espera, es una fata de orden en nuestra agenda. Algunos le llaman distracción, pero va más allá de eso. Se trata de respeto.
Y la tercera excusa: “Qué podemos hacer, es la hora boliviana”. Muchos justifican su retraso en la famosa hora boliviana cuya primera “norma” es llegar mínimamente media hora después de la cita “porque todos llegan tarde”. Pero la impuntualidad no es característica de un país, sino de la gente que vive en él y de su falta de educación. Un boliviano puede marcar la diferencia fuera de nuestras fronteras cuando llega puntual a un evento y cuando lo hace dentro de nuestro territorio también. Aquí, la excusa de la hora boliviana es echarle la culpa a una costumbre de la cual parece que algunos se sienten orgullosos. En los tres ejemplos, da la impresión que con esas justificaciones, quienes llegan tarde nos están gritando “¡Soy impuntual y qué!” y solo nos queda agachar la cabeza.
Para no caer en los extremos, tengo que aclarar que siempre se nos pueden atravesar imprevistos en el camino cuando estamos por llegar a un determinado lugar, pese a que siempre salgamos a tiempo. No obstante, estas situaciones deben ser la excepción y no la regla.
La puntualidad se basa en el respeto al otro, al considerar que su tiempo también vale y lo invierte en esperarnos, es la constante disciplina que forjamos para nosotros mismos. Entonces, ¿por qué nos cuesta tanto?