Las placas de circulación para los vehículos son lo que los carnets para las personas: les da identidad, ese rasgo de ser alguien o algo en concreto con características únicas que lo diferencian de los demás. Así, en el caso de las personas, les proporciona la seguridad de que no se las confunda con nadie ni las suplanten en caso de cualquier acto ilegal.
En el centro y en otras zonas de La Paz ya es normal ver vehículos que circulan sin placas de control o, lo que es peor, con sus placas borradas o tapadas con algo. ¿Cuál es el propósito de los dueños? Sea cual sea, lo primero que hacen es infringir las normas.
El artículo 332 del Reglamento del Código de Tránsito vigente señala que “ningún vehículo podrá circular en el territorio nacional sin placas colocadas en lugar visible y que correspondan a la serie distintiva del tipo del vehículo y de la clase de servicio a que está destinado”.
Desde hace algunos meses observo que tanto coches particulares como de servicio de transporte público transitan sin placas de control; éstos lo hacen en pleno centro paceño, reciben pasajeros, pasan libremente por las oficinas del Organismo Operativo de Tránsito o al lado de cualquier uniformado y no pasa nada.
La ciudad se convierte en un circuito de vehículos fantasmas que van y vienen sin ser identificados, pasan desapercibos por los ojos de las autoridades y además circulan por las mismas vías que transitan los coches que cumplen con la normativa, que tienen sus placas bien puestas.
Hay minibuses que cumplen su servicio de transporte público sin placas de circulación, suben y bajan por la avenida Mariscal Santa Cruz, pasan por El Prado, por la avenida Arce, incluso algunos llegan a la avenida Montes, se desvían por la Pando e ingresan a la plaza Eguino para seguir hacia los mercados que están en esa zona.
Hay vehículos particulares cuyos dueños se atreven todavía a dejarlos estacionados en avenidas como la 6 de Agosto, la 20 de Octubre o la Sánchez Lima. Los carros están sin placas parqueados durante horas y no hay autoridad que los quite de circulación, como dice el reglamento.
En La Paz se aplica la habilidad de reírse de las normas y, además, de quienes deben controlar. Y es realmente una habilidad porque no cualquiera conduce su vehículo sin placas con una tranquilidad que le permite pasar por arterias cruciales y en horas pico sin el temor de que algún policía le llame siquiera la atención.
Y es que tampoco hay policías o, si hay, se hacen de la vista miope o realmente no les importa que haya coches que circulen sin placas, con las placas tapadas o borradas, con tres ruedas o con el capó abierto.
El reglamento de tránsito dice claramente que las placas serán colocadas una en la parte delantera y otra en la parte trasera del vehículo y en el lugar destinado para éstas, “sin que ningún objeto o accesorio del mismo vehículo las oculte en todo o en parte dificultando su libre visibilidad”.
Pero lo que pasa en nuestra ciudad es todo lo contrario. Hay placas que arbitrariamente son borradas para que no sean identificadas o hay vehículos que simplemente no llevan su placa de circulación.
Esta situación no pasaría de anecdótica si es que no iría más allá del incumplimiento del reglamento de tránsito. Sin embargo, resulta un inminente peligro pues en estos vehículos sin placas o con éstas borradas pueden ocurrir robos, asaltos y hasta secuestros. Hubo casos registrados por la misma Policía sobre robos a plena luz del día o asaltos desde vehículos que no llevaban placas.
Al subirse a un minibús sin placas, el pasajero está poniendo en riesgo su integridad física y hasta su vida, no sabe si dentro del vehículo están más pasajeros o hay delincuentes que le pueden hacer daño. Un vehículo particular sin sus placas de circulación puede llevar mercadería ilícita, sus ocupantes pueden estar cometiendo un delito y nadie se dará cuenta.
La norma vigente está para cumplirla, pero somos un país que juega a todo sin cumplir las reglas establecidas. Este ejemplo puede ser mínimo en relación con otros actos que se pasan al mundo de lo ilegal, pero es suficiente para decir que mientras menos obedecemos a lo que dice la ley parecería que fuéramos más vivos.