¿Dónde están las abejas? ¿Y las mariposas, caracoles, colibríes y hasta las hormigas? Cuando era niño y acompañaba a mi madre a dejar el auto en un garaje, al lado del río Orkojahuira, solíamos toparnos con sapos, y en algunos charcos hallábamos renacuajos.
Pero ahora hay nada, sólo gaviotas y perros callejeros.
Cerca de mi techo había nidos de pajaritos. Los gatos sin dueño se los comieron y ahora dominan los tejados donde nada más puede crecer.
Hoy en día, en la esquina de mi casa hay tres eucaliptos muertos que aún se mantienen de pie, pero caerán pronto. Hay otro solitario cruzando el río. Los demás no están sino hasta la punta del cerro, encima de Pampahasi y Villa Salomé. Pero a éstos árboles ya les toca ser talados para que en su lugar se construyan casas.
Lo mismo ocurre en otras montañas de la ciudad, afirma el secretario de Gestión Ambiental de la Alcaldía de La Paz, José Carlos Campero. “Antes Vino Tinto era como Pura Pura, sólo que allí el proceso de avasallamiento y loteamiento ha sido más intenso y más temprano. Ahora sólo se ve una hilera de eucaliptos en la cima”.
Debajo de la hilera de eucaliptos en la cima de la montaña de Vino Tinto se ven centenares de casas de ladrillo, váyase a saber qué hay por detrás. Desde el Google Maps se ven ya caminos y más y más viviendas.
Al frente, el bosquecillo de Pura Pura se mantiene cercado por construcciones, algunas de las nuevas ya han comenzado a talar los árboles que en otro tiempo estaban ahí.
Talando el cerro Pukara
Al otro extremo de la ciudad, en la ladera este, hay un cerro que se llama Pukara, y queda encima de Pampahasi y Villa Salomé. El poco bosque que le queda, visto desde arriba, tiene forma de un escorpión siendo devorado. Los eucaliptos son talados por las personas que levantaron sus casas en este lugar. El alcalde Iván Arias prometió detener esta masacre verde. Pero la masacre continúa.
“Cada quien puede hacer con su terreno lo que quiera. Si quiere tener un árbol, que tenga. Pero las familias crecen, y se necesita espacio”, dice Valetín Chipana, dirigente de la FEJUVE de Palca. Parado junto a otro dirigente de la misma organización vecinal, Martín Mamani, cuentan que antes en este lugar, en las faldas del Pukara, había vizcachas y zorros. “Pero mientras más gente hay se van pues hacia otro lado”, me dicen ambos.
Aseguran que ellos son dueños legítimos de sus terrenos, obtenidos desde la Reforma Agraria de 1952, cuando el Gobierno repartió millones de hectáreas a los sindicados y comunidades campesinas. Si esto es cierto y ellos son legítimos dueños de estas tierras, ¿acaso no pueden hacer lo que quieran con lo que les pertenece?, argumentan. En este caso, la Alcaldía de La Paz es la avasalladora, sostienen.
Y sí, si para algunos esto es La Paz, para otros es Palca. De hecho, muchos de los que viven aquí son de comunidades cercanas que pertenecerían a otros municipios, y digo pertenecerían porque en esto de límites no hay nada claro.
“Se destruyen cuencas, se talan árboles, se destruyen las pendientes de los cerros y esto genera riesgos de deslizamiento”, indica el director de Gobernabilidad de la Alcaldía de La Paz, Gregorio Lanza. Hasta la fecha y en cuatro meses de gestión su despacho ha recibido al menos 12 denuncias de avasallamientos en varios puntos del municipio.
El secretario de Planificación para el Desarrollo, Vladimir Amellier, coincide en que los avasallamientos se están comiendo parques, y advierte que la poca musculatura de la Alcaldía no le permite hacer algo al respecto.
La Nube no pudo encontrar datos de la disminución paulatina de flora y fauna en el municipio de La Paz. Desde la Alcaldía se señaló que no se cuentan con datos sobre esto. Sin embargo, Mariana Da Silva, fundadora y coordinadora general de Nuestros Vecinos Silvestres, adiverte: “No hay datos, pero lo que vimos es que sí hay una disminución. Comparando mapas y fotos de ahora con las de antes se ve cómo las urbanizaciones han ido creciendo y los cerros desaparecen”.
De acuerdo a un estudio municipal, de las 23 áreas protegidas de La Paz la mayoría no tienen personal asignado para su protección, no tienen recursos para ser mantenidos, ni cuentan con un plan de manejo.
Los zorros han desaparecido, ocurre lo mismo con decenas de especies de insectos, reptiles y plantas. Y lo mismo ocurre con las vizcachas, que son empujadas a huir con el avance de la urbanidad o en ocasiones sepultadas cuando sus hábitats son aplanados con la maquinaria. “Ahí tienes una afectación directa y a sus predadores inmediatos: el zorro andino, los aguiluchos y alkamaris”, resalta Campero.
¿Pero la destrucción de los espacios verdes afecta en algo al ser humano? Las plantas purifican el aire, el agua, y una mancha verde es un oasis en medio de la contaminación lumínica de la ciudad, asimismo evitan el deslizamiento de cerros. “Además, lo más importante, las áreas verdes nos dan salud mental. Tener estos espacios ayuda a bajar el estrés y la ansiedad”, añade Da Silva.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que en las ciudades haya al menos nueve metros cuadrados de área verde por habitante. En La Paz no pasamos de tres metros cuadrados en promedio.
La biodiversidad se destruye en el rincón más recóndito del mundo, pero también delante nuestro.
“En 30 años deberíamos tener una ciudad más verde de la que tenemos hoy”, dice Campero; pero si las cosas continúan como ahora, no pasará mucho para quedarnos sin bosques, cada vez viendo menos sapos, menos mariposas, menos abejas, menos verde, y menos vida.