¿Quiénes son hoy los niños?

Hace pocos días atrás se celebró el Día del Niño en Bolivia, una fecha que nos invita a reflexionar sobre la infancia y, sobre todo, a preguntarnos ¿quiénes son realmente los niños de hoy? Los festejos en plazas, centros comerciales y colegios, que incluyen juegos, regalos, dulces e incluso disfraces me hicieron pensar: ¿están los niños de hoy tan alejados de lo que entendíamos por niños en otras épocas? La idea de la niñez parece estar en constante cambio, y los términos que usamos para describirla son cada vez más específicos y segmentados.

En el ámbito educativo y social, se han creado categorías como: neonatos, lactantes, niños pequeños o toddlers, preadolescentes, pubertos y adolescentes. Cada una de estas fases se asocia a diferentes aspectos del desarrollo físico, emocional y mental, como si de un programa de etapas se tratara, como si como humanos, tuviéramos que ir evolucionando cada vez más rápido hacia el próximo nivel. Sin embargo, hay una definición reconocida y respaldada por instituciones internacionales como UNICEF y la ONU, que define al niño simplemente como: “todo ser humano menor de 18 años”, con la salvedad de las leyes nacionales sobre la mayoría de edad. Esta definición es crucial para la protección de los derechos de la infancia a nivel global, pero también deja abierta una pregunta fundamental: ¿es esta definición aún válida en un mundo donde los límites entre la niñez y la adolescencia se vuelven cada vez más difusos?

Hoy, los niños enfrentan escenarios profundamente distintos a los de generaciones pasadas. Un claro ejemplo es el drama que plantea la serie “Adolescencia”, que presenta el caso de un niño de 13 años que, después de sufrir bullying, comete un acto de violencia extrema contra su compañera. La historia se entrelaza con temáticas como la manosfera, los incels y las dinámicas de exclusión digital, un mundo tan oscuro como complejo que incluso para los adultos es aún incomprensible en su totalidad. Casos como este nos obligan a preguntarnos cuánto han cambiado las experiencias de la niñez, y cómo las influencias externas —las redes sociales, los videojuegos, los algoritmos— transforman su visión del mundo y de sí mismos.

En un mundo donde la infancia parece cambiar cada vez más rápido, vale la pena detenerse a mirar con atención: ¿qué significa ser niño hoy? ¿Qué perdimos por el camino? ¿Qué aún podemos proteger?

🎈Este texto no solo reflexiona sobre las nuevas formas de crecer en tiempos digitales, sino también sobre el deseo profundo de preservar la magia, la ternura y el juego que hacen única a la niñez.

Y esto no es aislado. La televisión y el contenido audiovisual han cambiado radicalmente. Series como “Big Mouth” abordan de forma explícita y humorística temas como la pubertad, el deseo y la identidad sexual en edades tempranas. Aunque se presentan con fines educativos o liberadores, contrastan fuertemente con el enfoque más inocente y emocionalmente cuidadoso que veíamos en series de hace dos décadas como “Hey Arnold”, donde los dilemas eran más sociales, éticos o de amistad. Esta diferencia de enfoque también nos habla de un cambio de época, de una transformación en las formas de construir la infancia desde el lenguaje mediático y audiovisual.

En este nuevo panorama, una de las características más visibles de la infancia contemporánea es su relación con las pantallas. Mientras antes los niños jugaban en la calle, armaban mundos imaginarios con pocos objetos, hoy muchos pasan horas frente a dispositivos digitales. Aunque la tecnología tiene un potencial educativo valioso, también puede reducir el tiempo dedicado al juego libre, al contacto humano, y a esa herramienta fundamental para la vida que es la empatía. ¿Cómo se aprende a mirar al otro, a comprender sus emociones, si la experiencia de crecer se filtra más a través de una pantalla que de la interacción?

Y ahí, entre todas estas preguntas, me surge también una inquietud personal. Como madre de una bebita de poco más de un año a quien miro crecer cada día a pasos agigantados, me pregunto: ¿cómo será su infancia? ¿Con qué mundo se encontrará? Esta reflexión no es solo teórica ni distante, me atraviesa en lo más profundo. Quiero lo mejor para ella, pero no desde un lugar de control ni de temor, sino desde el deseo de que viva plenamente su niñez. Que no pierda la capacidad de asombro, la creatividad, los juegos sin sentido, las carcajadas espontáneas y la dulzura de los afectos simples. Que no crezca demasiado pronto, ni se salte esa etapa tan mágica que es la infancia.

Creo, quiero creer con todo mi corazón que, si pudiéramos cuidar más esa niñez, si nos preocupáramos por ofrecer espacios reales de juego, de curiosidad, de exploración emocional, si pudiésemos conectar más con nuestros niños de hoy, no solo estaríamos protegiendo al niño que tenemos delante, sino también al niño que llevamos dentro. Porque, en el fondo, cuidar la niñez es también cuidar nuestra memoria emocional, ese rincón íntimo donde alguna vez fuimos libres, profundamente humanos e inmensamente felices.

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