Texto y fotos por Sergio Mendoza Reyes
El agua que riega estos cultivos es asquerosa, tengo las botas incrustadas en un lodo que no deja de burbujear y del que salen unos bichos minúsculos como puntitos negros. El olor es insoportable. No es la basura lo que le da mala apariencia al lodazal de los canales de riego, sino el lodo mismo, el musgo verdoso que crece a sus costados, el agua turbia y su pestilencia.
Estoy en Mecapaca, una de las varias poblaciones que componen lo que se conoce como Río Abajo, porque esta es la parte baja de la cuenca del Río La Paz, aunque siempre hay lugares más bajos, hasta que se llega al océano. Es una región hermosa, de lejos parece una postal: montañas rojas y planicies muy verdes. Aquí se cultivan los alimentos que después malnutren a la ciudad de La Paz. Es que estos vegetales y hortalizas están altamente contaminados, tienen bacterias como el estafilococo (una pesadilla), o la escherichia coli (diarreica). El problema es que se riegan con caca, orines, medicamentos, sangre, y todo lo que se puedan imaginar que se despacha al alcantarillado en la parte alta de la cuenca, es decir en la Sede de Gobierno.
Una de las soluciones es un proyecto del que se habla desde 1990 y que se ha venido anunciando como una pronta realidad al menos desde 2017; pero hasta ahora nada. Lo peor, pese a que se habrían gastado al menos Bs 21 millones en estudios preliminares, obras iniciales y compra de terrenos, no hay vistas de que la tan esperada Planta de Tratamiento de Aguas Residuales de La Paz (PTAR) se concrete. Se supone que esta PTAR purificará las aguas tóxicas que “la ciudad maravilla” despacha por el Choqueyapu y otros afluentes hacia Río Abajo. Pero no hay fecha de inicio de obras, mucho menos de conclusión.
La Empresa Pública Social de Agua y Saneamiento (EPSAS) está estancada en un proyecto que no avanza, con denuncias de compras irregulares y una férrea oposición a que la planta se instale donde se quiere: en el Valle de las Flores.
Mientras tanto, seguimos comiendo nuestras heces.
EPSAS, el vecino incómodo al que denuncian por compras irregulares
La mujer de pollera a la que persigo seguro tiene más de 60 años, habla apenas el castellano y se ríe cuando intento saludarla en aymara. Me la encontré cerca a la avenida principal de Mallasa, ya pasando el zoológico, en la calle de tierra por donde se va hacia el Valle de las Flores, serpenteando una pendiente que se hunde hacia el río La Paz. En el valle EPSAS tiene pensado construir la mencionada PTAR. Hasta el 2023 compró el 46% del terreno necesario, pero parece difícil que termine de comprar el resto.
— Y usted, ¿no quiere vender su terreno?
— Nooo, ¿de qué pues me voy a vivir?, yo de ahí me saco para mi comida, para mi ropa, ¿de qué pues me voy a vivir?, ¿dónde iré a conseguir trabajo?, a pedir limosna nomás.
— ¿Y cuánto gana al mes con las flores que cultiva?
No me lo dice, más bien me confunde. Consultando con el resto conoceré que lo que una persona puede sacar por cultivar flores y venderlas en la ciudad está entre los Bs 400 y Bs 4.000 al mes, varía en función al tamaño de terreno que tengas.
— ¿Nunca has venido? —me pregunta la señora, que no dice como se llama porque ahora sabe que soy periodista, y desconfía— Mirá, de aquí se ve —me dice desde una curva de la pendiente.
El valle es un oasis verde en la base de un cerro colorado que tiene en su cúspide a la Muela del Diablo, rodeado por un río espumoso, lodoso y maloliente. El pasto es alto, a ratos llega a la cintura, bien verde. Hay flores cultivadas y sin cultivar, amarillas que se mecen con el viento, pájaros que te saludan, cactus que te observan desde las esquinas, acacias, duraznos, arbustos secos y otros bien mullidos. Incluso el agua del río es relajante, aunque apeste. Flores rojas, anaranjadas, blancas, guindas, rosas, lilas. Abejas y abejorros en festines. Barro húmedo y seco, botellas plásticas, bolsas, latas, tubos para riego, carpas, nylons, redes de sombra. Es un hermoso jardín…, si tan solo no oliera mal.
En el valle, los lunes, la gente se reúne para trabajar. Ahora mismo los encuentro en ajetreos para mover troncos gigantescos para los defensivos, esas barreras con las que esperan evitar inundaciones en esta época de lluvias en las que el río suele sorprender con su fuerza y tamaño.
No son más de 40 personas, algunas lucen muy mayores como para estar moviendo troncos. Hombres y mujeres mueven árboles y arman redes de alambres en forma de cajas para llenarlas de piedras una vez acomodadas a la orilla del río. Lo que más les molesta, al menos ahora, es que su nuevo vecino que se ha comprado casi la mitad del territorio no les dé una mano.
— ¡Que venga a ayudar EPSAS! —gritan, mientras les saco fotos.
Tienen por ley que cada lunes se presenten los propietarios de los terrenos para ayudar a construir los defensivos o trabajar en tareas comunes; pero el único ausente parecer ser EPSAS. Lo que es peor, desde que se compró el 46% de los 132.000 m2 de esta planicie el número de floricultores ha disminuido, mermando así también la mano de obra para la construcción de defensivos.
— Una vez han traído maquinaria, —dice Juan Carlos Quispe, dirigente del sector—, pero después se han olvidado todo el año.
— ¿Y a usted, le gusta tener a EPSAS como vecino?, —le pregunto a una señora que recoge rebecas blancas y amarillas bajo una carpa.
— No —dice cortante primero, después sonríe— No me gusta, no viene nadie a sacar las malas hierbas, y ahí crecen víboras, es peligroso —dice mostrando un terreno rodeado por alambre de púas sujeto a troncos, con un cartel clavado en el centro en el que se lee: Propiedad privada, no pasar, y el logo de EPSAS.
— ¿Y usted no va a vender su terreno?
— No, sino ¿de qué vamos a comer pues?
No se conoce cuánto pagó EPSAS por los 41 lotes que adquirió entre 2020 y 2023 y que suman un total de 60.815 m2, según uno de sus últimos informes de rendición de cuentas. Los floricultores dicen que se ofrecía pagar 17 dólares por m2, lo que daría un total de $us 1.034 millones erogados por estos terrenos donde se piensa erigir la planta de tratamiento.
Además, se conoce que EPSAS pagó Bs 49.465 a la empresa Escamperbol SRL para poner los alambres de púas en los 41 terrenos repartidos en todo el valle. Los lotes, vistos en un mapa, son rectángulos de un rompecabezas incompleto: sólo se adquirió aquellos que algunos estuvieron dispuestos a vender.
EPSAS también pagó Bs 47.362 a la empresa Divergente Const para hacer dos viveros que no se ven por aquí, o quizás son unos que no tienen plantas, sino material de construcción adentro.
— La compra de los terrenos ha sido irregular. Los vendedores han mostrado el terreno, fotocopias de carnet y nada más, no tienen ni papeles de propiedad —lanza Marcelino Tinta, otro dirigente del sector— Han vendido terrenos de otras personas, ha habido hartos problemas, y sigue habiendo, entre hermanos, entre familia.
— Mi hermana mi terreno había vendido —dice una señora de pollera que ha parado de tejer redes para hablar delante de mí— Yo he recuperado, pero mi hermana cómo arreglará pues ella lo del dinero.
— En otras palabras el más vivo ha vendido desde aquí diciendo, sin respaldar si es su terreno o no —dice el otro dirigente, Juan Carlos Quispe.
— Yo he ido a Mecapaca la anterior vez para pagar mis impuestos, y me dicen que tengo que pagar de estos terrenos que mi mamá lo ha vendido a EPSAS, ¿pero EPSAS no está pagando? ¿Cómo es eso? Así también si mi mamá está pagando entonces sigue siendo suyo, ¿no ve?— cuestiona otra señora.
— En unos meses vamos a hacer una intervención a los terrenos adquiridos por EPSAS porque está violando nuestros usos y costumbres al no venir a trabajar como nosotros —me dice un hombre que prefiere no darme su nombre, mientras toma aire, antes de jalar uno de los troncos que recién cortaron— Eso ponlo en tu artículo. Nosotros no tenemos miedo a que vengan con la Policía, no tenemos miedo a esas amenazas de expropiaciones.
— ¿Y no les afecta el agua contaminada?
— Con esta agua mejor da, como se dice, está bien mezclado con todo lo del baño no ve, bien abonado llega jajajajaj, y abonado también dan esos choclos —dice Juan Carlos Quispe, riendo.
Los gastos que se conocen
En octubre de 2021 el entonces interventor de la EPSAS, Gonzalo Bladimir Iraizos, viajó a Turquía con una decena de funcionarios públicos para supuestamente verificar la tecnología que tendría la PTAR. El viaje se hizo de manera irregular junto a trabajadores del Ministerio de Medio Ambiente y Agua (MMAyA), de acuerdo a denuncias publicadas en El Diario. Aunque los pasajes estaban pagados supuestamente por una empresa internacional, los viáticos corrieron por cuenta del Estado boliviano y los montos no son conocidos.
Ni EPSAS, ni el MMAyA, y ni siquiera la Autoridad de Fiscalización y Control Social de Agua Potable y Saneamiento Básico (AAPS), dieron información para este reportaje pese a continuas llamadas, visitas a sus oficinas, y cartas formales.
Tampoco se conoce con certeza cuánto se gastó en la PTAR que no existe. Al menos se pueden calcular Bs 21 millones con base en publicaciones de prensa, testimonios, y datos del Sistema de Contrataciones Estatales (SICOES):
En diciembre del 2018, el MMAYA adjudicó a la sueca SWECO International AB el estudio de Diseño Técnico Conceptual Preliminar – Construcción Planta de Tratamiento de Aguas Residuales para la ciudad de La Paz por $us 906 mil. El trabajo debía demorar un año y el financiamiento venía de Suecia.
En 2021, se adjudicó por Bs 7 millones a CES Consulting Engineers Salzgitter GMBH Sucursal Bolivia, el Estudio de Diseño Técnico de Pre-Inversión (EDTP) del Proyecto “Construcción de Interceptores del Sistema de Alcantarillado Sanitario de la Ciudad de La Paz”. Este estudio es necesario para gestionar el financiamiento de la PTAR La Paz.
También se conoce que en octubre del 2022 la Alcaldía de La Paz adjudicó a Julio Eduardo Lanza Ferrufino una consultoría para la Evaluación Ambiental Geográfica Planta de Tratamiento de Aguas Residuales, por Bs 49.000. Esta consultoría fue realizada para una planta descentralizada, distinta al proyecto liderado por EPSAS.
A estos montos habría que sumar lo erogado por la compra de terrenos en el Valle de las Flores, lo que se pagó por el enmallado de estos lotes y la construcción de los dos viveros antes mencionados; así como la edificación de una infraestructura con techo azul de ladrillos que pertenece a EPSAS y se encuentra al ingreso del valle. Incluso el pago de salarios a un cuidador. Todo esto sumaría más de Bs 20,5 millones, incluso sin considerar el estudio encargado por la Alcaldía paceña, que pertenece a otro proyecto. Sin embargo, más allá de los datos públicos, no hay cifras certeras.
La PTAR en sí, la obra, costaría al menos $us 110 millones, según datos que dio EPSAS en noviembre de 2022.
Esta planta puede considerarse como “el proyecto ambiental más relevante de la ciudad en los últimos 20 años”, afirma la investigadora ambiental Stephanie Weiss. Lamentablemente está lejos de hacerse realidad.
Residuos fecales en nuestra comida
Es 8 de enero y en Mecapaca, en la cancha principal, celebran el aniversario de la provincia Murillo, aunque no todos lo saben, la verdad es que poco interesa. Lo importante es que hay fiesta, y eso es banda: trompetas, bombos y atril sin partituras; chicharrón de pollo y cerdo, bien aceitosos, con mote y chuño; soda y cerveza, cajas de cerveza y camiones bien cargados para abastecer toda la tarde, y hasta la noche.
Casi todo el pueblo de Mecapaca está aquí, al menos los que importan. Los ediles toman Huari, los otros Paceña. Los funcionarios de la alcaldía también se distinguen porque visten como oficinistas.
El resto son, en su mayoría, autoridades comunitarias. Son decenas, abundan los sombreros negros de ala ancha, los ponchos caqui con vivos verdes, bastones de mando cruzados al pecho, chalinas del mismo color que el poncho, pantalones, zapatos con lodo. Los hombres se juntan con hombres, las mujeres con mujeres. Las mujeres llevan polleras, sombreros de chola, trenzas extendidas con tullmas, aguayos y chompas de lana. Se juntan en círculos sobre la cancha, en grupos para hablar, tomar y comer.
— Siempre dicen que Río Abajo está contaminado. Tendría que haber el tratamiento de agua para nuestras verduras que se van al mercado, pero hasta ahora no hay nada, y siguen nuestras verduras de Río Abajo dicen contaminadas. Esito entonces nosotros pediríamos, que se haga agua de tratamiento para nuestras verduras, que se haga como de los Illimanis —dice Tedoroa Castillo Pati, secretaria general de la subcentral Palomar.
Con “los Illimanis” se refiere a los productores que riegan sus cultivos con agua del gigante nevado, el Illimani, supuestamente limpia y muy distinta a la podredumbre de este sector.
— Nosotros somos mayoristas, y en la Rodríguez las que revenden dicen que compraron de los Illimanis, así lo venden. La gente no quiere comprar cuando es de acá porque dicen que es contaminada —añade Teodora.
En Mecapaca se cultiva lechuga, choclo, papa, repollo, acelga, apio, perejil, huacataya, manzanilla, cebolla, haba, zanahoria, y más. También se produce leche y queso. Todo se lleva a vender al mercado Rodríguez, en la ciudad de La Paz, y de ahí se distribuye también a otros mercados de la Sede de Gobierno.
En muchos de estos productos se encontraron estafiliococos y escherichia coli en estudios que se realizaron entre 2019 y 2022, dice el técnico de Inocuidad Alimentaria de la Alcaldía de La Paz, Nelson Quispe. Los análisis se interrumpieron en 2023 y 2024, pero se espera que este 2025 continúen. La única forma de comer estos alimentos, según Quispe, es desinfectándolos con DG-6, amonio cuaternario, o hipoclorito de sodio.
— Las verduras de Río Abajo son aptas para el consumo siempre y cuando haya una desinfección. No hay prohibición para su comercialización, pero sí hay riesgo —dice Quispe.
— El riesgo de no tener una PTAR es el tema sanitario. Se tiene un agua contaminada bacteriológicamente con alto contenido de coliformes fecales que dañan la salud -dice el responsable de Gestión de Proyectos de la Secretaría de Gestión Ambiental de La Paz, Eduardo Zamorano.
Las aguas del río La Paz nacen en los nevados del Chacaltaya, y en los primeros kilómetros de su recorrido tienen una pureza virginal, se las puede beber directamente; pero cuando ingresan a la ciudad se contaminan, sobre todo por los desechos domiciliarios. Si bien se purifican mientras se deslizan hacia el sur con el sistema de caídas, cuando llegan a Mecapaca aún no son aptas ni siquiera para el riego de los cultivos, explica Zamorano.
La investigadora ambiental Stephanie Weiss escribió que en los suelos agrícolas de Mecapaca y en diversas hortalizas cultivadas aquí se encontraron también residuos de arsénico, cobre y zinc, elementos que pueden causar enfermedades cardiovasculares, diabetes, lesiones cutáneas, y riesgos de desarrollar cáncer, entre otras dolencias. La presencia de residuos farmacológicos en las aguas del río La Paz puede generar resistencia a antibióticos, dice Weiss.
La Contraloría recomendó en 2013 profundizar las investigaciones sobre el “riesgo real” de estos contaminantes, detallando otros que se encontraron en las comunidades productoras como quistes de Giardia y huevos de Hymenolpesis nana (tenias). Además de apuntar que el 63% de los productos muestreados eran “rechazables”.
“Lo expuesto muestra riesgos que no pueden ser soslayados. Es importante que las entidades cumplan con las recomendaciones y que consideren la información brindada, para mayores estudios e investigaciones”, dicen los documentos de la Contraloría.
— No hay tantos estudios de los efectos de estos contaminantes en las poblaciones urbanas. Tenemos una exposición constante y no lo estamos estudiando lo suficiente -me dice Weiss en una conversación telefónica.
En criterio de Weiss, una PTAR gigantesca como la que se piensa construir en el Valle de las Flores, ayudaría, pero no sería una solución total al problema. Para ella sería más útil construir varias plantas “descentralizadas y más pequeñas” en distintos puntos de la ciudad, lo cual sería más viable económicamente y permitiría el tratamiento diferenciado de las aguas en función a sus contaminantes.
La historia sin fin
Los retrasos, falta de información por parte de EPSAS y las instituciones del Gobierno, y la resistencia de los floricultores del Valle de las Flores a vender sus terrenos hacen difícil pensar que La Paz vaya a contar con una PTAR en un futuro cercano. Mientras tanto, las aguas pestilentes de nuestros hogares, hospitales, e industrias continuarán regando los cultivos que después comemos. Y seguirán infectando los ríos más abajo, que llegan al Beni y después al Amazonas.
— La situación precaria y deficiente del actual operador de agua y saneamiento EPSAS SA Intervenida hacen que difícilmente pueda encarar la construcción y operación de una planta de tratamiento de aguas residuales con estas características —dice José María Herbas, exfuncionario de EPSAS y experto en saneamiento básico— La empresa pública se ha politizado y se ha descuidado el personal técnico y operativo.
— Pese a que esto es sumamente importante, tú no ves protestas sociales por una PTAR, pese al enorme impacto que tiene en el medioambiente y en la población —añade Weiss.
— Ya no es como antes, ha crecido más el agua contaminada. A veces la enfermedad empieza de esa contaminación. Siempre hablaron de la PTAR, pero nunca llegó. Los gobiernos comprometían un tratamiento, pero nunca se hace -reconoce el dirigente de la comunidad Taipichullo, en Mecapaca, Silverio Tapia.
En Mecapaca, una de las nuevas preocupaciones es la muerte de los choclos. Llegó como una plaga desconocida hace unos dos años. Los choclos, altos y verdes, comenzaron a secarse, a amarillarse, volverse cafés, y a podrirse ahí mismo. Los agricultores, algunos, dejaron de sembrarlos por miedo a las pérdidas. Antes, dicen, daban hasta dos veces al año.
— En vano ya, dicen que es enfermedad, pensamos que debe ser esa agua contaminada. No empieza de encima, sino de abajo, en la raíz. Antes no había eso, y este año es peor —dice Teodora Castillo— Andá a ver vos.
Voy a ver y cuando vuelvo enfangado y apestoso me encuentro con una mujer de pollera que cosecha acelgas agujereadas por los bichos, pero sirven, si se las desinfecta. Sus choclos ya no.
— ¿No ves? Están ahí tirados. El agua dicen que es.
“Esta investigación fue realizada con el apoyo del Fondo Concursable de la Fundación para el Periodismos (FPP)”.