Una deuda con las infancias de nuestro país

Somos una generación que no solo se preocupa por su propio futuro, sino también por el de las próximas generaciones. Hoy, gracias a la tecnología y al acceso a la información, hemos tomado conciencia de la gravedad de la situación climática global. Nos hemos convertido en testigos de la poca o nula importancia que le otorgan aquellos en posiciones de poder y toma de decisiones. Esto nos impulsa a cuestionar y actuar desde diversos ámbitos, reconociendo la urgencia del problema.

En Bolivia, cada vez más movimientos juveniles se organizan para crear espacios de trabajo, diálogo e incidencia. Quedarnos de brazos cruzados mientras otros toman decisiones cuyas consecuencias no les tocará enfrentar no es una opción. Especialmente cuando nuestros bosques arden, el aire que respiramos está cargado de cenizas de nuestra Amazonía, y el humo nos rodea.

Nos preguntamos entonces: ¿Qué calidad de vida les estamos ofreciendo a los más pequeños? ¿Qué país les vamos a dejar? Solo el año pasado, los altos niveles de contaminación del aire provocaron la suspensión de clases, vulnerando no solo el derecho a la educación, sino también a la salud de las infancias. Si respirar un aire tan contaminado es peligroso para los adultos, podemos imaginar lo devastador que es para los niños.

Nos enfrentamos a una crisis sin precedentes, una batalla que nos acompañará en el futuro. La deuda que tenemos con aquellos que no han causado esta situación, pero que deberán aprender a vivir con sus consecuencias, es incalculable.

De acuerdo con el Consejo de Derechos Humanos y la Convención de los Derechos del Niño, las infancias tienen derecho a un medio ambiente limpio y saludable, así como a un nivel de vida adecuado para su desarrollo físico y mental. Sin embargo, en las condiciones actuales, difícilmente podremos garantizarles estos derechos. Es desgarrador pensar en los desafíos que tendrán que enfrentar: desastres naturales, escasez de agua, crisis alimentarias derivadas de las constantes sequías, enfermedades, migración forzada y pobreza. ¿Es ese el planeta que queremos dejarles? Todo parece indicar que sí, pues a pesar de las advertencias científicas y las exigencias de la juventud, prevalecen los intereses de aquellos que tienen el poder de actuar, pero prefieren ignorar la incomodidad de la verdad y velar por sus propios beneficios.

¿Cómo les explicaremos a las infancias del futuro nuestras acciones de hoy? ¿Cuál será nuestro legado en la historia? Nuestras decisiones actuales son observadas bajo la lupa de un futuro cada vez más incierto y alarmante. Pronto llegará el momento de rendir cuentas y permitir que nuestras acciones hablen por nosotros.

Es crucial recordar que el impulso por actuar en defensa del planeta no se limita a salvarnos a nosotros mismos, sino también a preservar algo para quienes vienen después. Somos los primeros en enfrentar una realidad como esta, pero no seremos los últimos. Y es precisamente ese hecho el que debe impulsarnos a asumir un compromiso inquebrantable con las infancias de la Bolivia del mañana.

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