Liderazgo populista y desafíos urbanos

Esta columna explora los peligros del populismo en la gestión urbana, analizando cómo la simplificación de problemas complejos puede llevar a abusos de poder, debilitando el diálogo y la participación ciudadana en la toma de decisiones.
UNIANDES

Para iniciar esta columna, es necesario abordar dos temas fundamentales. El primero es el origen y la razón de ser del Estado, que se puede sintetizar en la idea de limitación del poder. Sin este necesario «monstruo» que es el Estado, un vecino más fuerte podría entrar en su casa, echarlo y apropiarse de ella. La metáfora del Leviatán, utilizada por T. Hobbes, describe a este ente que está ahí para evitar ejercicios arbitrarios de fuerza y limitar el poder de quienes codician lo que usted posee. Sin embargo, dado que los gobernantes también pueden cometer excesos y abusos, es necesario añadir el principio de pesos y contrapesos que caracteriza al Estado moderno, lo que subraya la importancia de la independencia de poderes. Hoy en día, se reconoce la importancia de otros factores de limitación del poder: la libertad de prensa y expresión, la participación activa de la sociedad civil en la toma de decisiones, así como la vigilancia, el activismo y la protesta. Se considera deseable la horizontalidad de las relaciones, la inclusión de múltiples actores y la intricación de las estructuras de gobernanza. En otras palabras, se tiende a la complejización de los procesos políticos, nunca lo contrario.

El segundo tema clave es la ciudad como un artefacto cultural único que concentra e intensifica las relaciones, el intercambio y la producción. Así como la ciudad es un escenario de crecimiento, generación de ideas transformadoras y evolución social, también es el lugar donde los conflictos se hacen más evidentes, donde la fricción entre los diferentes agentes sociales y entre lo público y lo privado se maximiza. La ciudad, habitada por muchas personas en un espacio reducido, inevitablemente implica una superposición de intereses. Aquí encontraremos una multiplicidad de relaciones que, siguiendo la lógica del Leviatán, deben ser vigiladas y reguladas para evitar abusos de poder por parte de quienes se benefician de su posición en los procesos urbanos. Por ejemplo, si en la ciudad hay muchas personas que necesitan un lugar donde vivir y usted es propietario de grandes extensiones de suelo, es obvio que se beneficiará económicamente.

Pero, ¿en qué punto los beneficios obtenidos de esta relación de propiedad pueden considerarse un abuso de poder? Esta pregunta plantea un tema extremadamente complejo y delicado, ya que involucra la revisión de políticas públicas y la identificación de poderosos intereses políticos y económicos. No es posible formular una respuesta inteligente sin la información adecuada y sin una perspectiva que contemple la trayectoria de la situación en sus múltiples aristas sociales, ambientales y económicas. Este análisis será igualmente necesario para abordar muchos otros problemas urbanos. El Estado, en su nivel municipal y frente a los múltiples problemas que enfrenta, solo puede tomar decisiones que limiten el poder y protejan el bien común cuando se activa toda la estructura descrita de pesos y contrapesos necesarios en una democracia contemporánea, y cuando se complejizan los procesos de diagnóstico, reflexión y decisión sobre los problemas.

Sin embargo, en algunas ciudades parece estar ocurriendo lo contrario, ya que se tiende a la simplificación en el tratamiento de los problemas urbanos y se recurre a prácticas políticas muy preocupantes. Aunque algunas etiquetas como «populismo» a veces son mal utilizadas, es importante recordar qué se está definiendo con ellas, pues nos ayudan a identificar con mayor claridad los fenómenos en curso y nos advierten sobre las consecuencias de algunas formas nocivas de hacer política.

Hermet (2003) escribe una frase muy esclarecedora al reflexionar sobre el populismo: “…se presenta como un procedimiento antipolítico, porque rechaza por ignorancia o por deshonestidad el fundamento mismo del arte de la política”. Parte de la simplificación del discurso es rechazar y estigmatizar a quien se opone a las iniciativas del líder, renunciando así al escrutinio y a la discusión abierta sobre asuntos públicos. En Bolivia hay una forma muy particular de «blanquear» el lenguaje para ocultar el disenso, donde cualquier controversia es tildada de «política» y cualquier oposición es acusada de tener intenciones de perjudicar la gestión, de obstaculizar el «desarrollo». Se delinea tácitamente la figura del enemigo en cualquiera que critique o cuestione la agenda del líder.

Cuando esta forma de hacer política se adueña de la administración municipal, se oscurecen intencionalmente los procesos de limitación del poder que hemos mencionado como necesarios: se rechaza el diálogo multiactoral, se estigmatiza la resistencia ciudadana, se organizan grupos que dan la apariencia de apoyo popular, se desoyen las opiniones de la academia y, aquí el rasgo distintivo del populismo urbanístico, se priorizan proyectos de infraestructura sobre la planificación. Esto último cumple tres funciones estratégicas en las aspiraciones políticas del líder: primero, se produce evidencia tangible de «gestión» como fundamento de su marketing político; segundo, se asegura el apoyo de los sectores poderosos al no interferir en sus esquemas de enriquecimiento; y tercero, se crean múltiples posibles instancias de corrupción a través de la participación oculta en estos esquemas de enriquecimiento o a través de los llamados «diezmos», moneda corriente en escenarios de opacidad informativa como el nuestro.

Con este análisis, pretendo llamar la atención sobre dos asuntos urgentes. Primero, la simplificación del discurso solo nos perjudica, pues nos impide comprender la real magnitud de los problemas que enfrentamos, ya sea que los reconozcamos o no. La respuesta aislada del proyecto de infraestructura beneficia en demasía a muy pocos, endurece el funcionamiento actual del sistema urbano, trata superficialmente un síntoma y se niega a discutir abiertamente sus causas. La realidad urbana actual presenta múltiples desafíos interrelacionados y complejos: desigualdad social, cambio climático, crisis de trabajo, de institucionalidad y de confianza en el otro. Necesitamos preservar y resignificar lo público como lugar y como concepto, mientras que rehusar el cambio solo mantiene la dirección de nuestras formas actuales de relacionarnos con la ciudad, la sociedad y el territorio.

En segundo lugar, creo que es urgente que como sociedad transitemos hacia un estado de madurez que solo puede ser producto de la honestidad y del valor que se requiere para ser honesto. Jaramillo (2024) dice que los populistas recurren a la emoción y ofrecen promesas de liberación. Dicen «yo te protegeré» y mantienen un miedo latente para justificar su autoridad incuestionada. Pero necesitamos aceptar que debemos recorrer un camino de desafíos si queremos una verdadera transformación, y ningún político nos puede proteger de este hecho. Como sociedad, necesitamos tener discusiones incómodas y ser capaces de revelar aquellos procesos a los que nos hemos acostumbrado y que nos hacen daño. Modificarlos implicará también revelar las estructuras ocultas de enriquecimiento y de abuso de poder que, se supone, el Estado debe prevenir. En este sentido y dada nuestra situación, cuestionar a la autoridad es la acción de ciudadanía más responsable que podemos asumir.

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