Alejandra Zeballos y Diego Calderón son dos bolivianos que destacan en el ámbito académico en Estados Unidos con sus investigaciones para solucionar problemas en ciencias médicas y tecnologías ambientales. Ambos obtuvieron financiamientos para continuar con sus investigaciones y proyectos pioneros.
Alejandra Zeballos, una estudiante de doctorado en Bioingeniería en la Universidad de Illinois Urbana-Champaing, recibió el 24 de abril de este año un cheque por $us 20.000 como premio del Technology Entrepreneur Center in The Grainger College of Engineering (Illinois) por su investigación en edición genética para tratar la esclerosis lateral amiotrófica (ELA). La enfermedad es conocida por dañar las neuronas y la médula espinal que controla el movimiento del cuerpo (la misma que padeció el famoso cosmólogo Stephen Hawking).
La científica boliviana utiliza tecnología CRISPR para modificar genes asociados a la enfermedad en el ADN. Desarrolló un tratamiento de una sola dosis que, a partir de pruebas en roedores, demostró dar resultados prometedores en el tratamiento de la enfermedad reduciendo las proteínas tóxicas. «Evaluamos la habilidad motora con varios análisis, caminar, temblores, curvatura de la columna vertebral, y las evaluaciones salieron bien», contó Zeballos a La Nube.
Ella tiene 29 años y es paceña. Desde sus 14 años se interesó por la medicina ya que tenía un tío con Alzheimer; pero pronto descubrió que debía estar un paso adelante en la aplicación de tratamientos médicos para lograr sus propósitos: generar soluciones científicas para problemas médicos. Por ello, optó por estudiar Ingeniería Biomédica como carrera profesional, la cual comenzó en la Universidad Católica Boliviana.
En 2015 consiguió una transferencia a la Universidad de Arkansas para continuar su pregrado. Tenía un dinero que sus padres le habían dejado para conseguir una vivienda, pero decidió invertirlo en su educación: una apuesta que daría resultados. «Arriesgué todo para venir un semestre y un verano, pagando todo con ese dinero. Y desde ahí estuve viviendo con trabajos, becas, aplicando todo el tiempo a todo lo que podía para seguir mi sueño. ‘Esto es todo lo que tienes’, pensé, ‘lo tomas o lo dejas'».
En sus tiempos de universitaria en La Paz se dedicaba a elaborar joyería y a vender sus productos en la feria dominical de El Prado. Hoy, a varios kilómetros lejos de su tierra natal, continúa con su hobby en un taller que montó en el sótano de la casa donde vive; pero añadió el «toque científico» a sus joyas: imágenes de cerebros y células, por ejemplo.
Después de realizar un postgrado en la Universidad de Illinois y obtener el premio de los $us 20.000 ahora se alista para continuar sus estudios en la Universidad de Harvard, donde consiguió el espacio para hacer un doctorado y perfeccionar su investigación.
La intensión es que en un futuro el tratamiento que desarrolla pueda transferirse a humanos. «Hay una limitación con estas terapias, no se pueden transferir eficientemente porque necesitamos tecnologías que ayuden a que estas herramientas se transporten a células específicas del cerebro y la médula espinal. Es más fácil hacerlo en ratones, pero para hacerlo en un ambiente clínico en humanos se tienen más desafíos».
Diego Calderón, es otro boliviano que estudia un postgrado en Computer Science en la Universidad de Illinois Urbana – Champaign y que recientemente fue finalista en el Premio de Innovación de su universidad, concurso en el que participó con un proyecto para desarrollar dispositivos baratos y de bajo consumo energético que recolectan datos ambientales a fin de desarrollar políticas contra el cambio climático.
Calderón, de 31 años, nos contó que en el lugar donde vive hay un fenómeno llamado «islas de calor»: básicamente las amplias avenidas y parqueos de concreto retienen el infernal calor del día en el verano y lo emiten durante la noche, evitando que la temperatura descienda. Esto afeta a las personas ocasionando incluso muertes por exceso de calor. La temperatura por las noches a veces se queda encima de los 36 grados.
En el gobierno local le indicaron que carecen de información precisa para aplicar políticas que eviten esta situación, con soluciones que podrían ser tan sencillas como plantar árboles para generar sombra y humedad, o pintar las calles de ciertos colores que reboten la radiación solar. Este vacío de información técnica lo inspiró a desarrollar unos sensores para monitorear la temperatura y humedad, aparatos cuyo desarrollo sea económico, que funcionen con baterías de reloj, no requieran carga, y estén interconectados mediante una red de telecomunicaciones.
Gracias al avance en su investigación Calderón actualmente espera que se concreten acuerdos entre la uiversidad y los gobiernos locales para instalar sensores en las calles y espacios públicos y así comenzar con la recolección de información.
El problema del cambio climático y de las islas de calor que se forman con la infraestructura humana no sólo afecta a los seres humanos u otras especies que habitan en los espacios urbanos. De hecho, Calderón explicó que las ciudades se ponen tan calientes que el agua que transita a través de sus ríos y después van a espacios rurales aumentan tanto su temperatura que afectan a peces y otros seres vivos. «No nos imaginamos cuánto impacto nuestro modo de vida tiene en nuestro alrededor. Estamos causando mucho daño».