Tomarapi : el sueño posible de turismo comunitario

Tomarapi : el sueño posible de turismo comunitario

Fotografías: Sabrina Lanza

La sentencia es contundente. Si destruimos este lugar vamos a tener que irnos todos a vivir a otro lado. No es un eslogan de activismo ecologista oenegero sino el veredicto número uno de la comunidad Tomarapi, ubicada dentro del Parque Nacional Sajama. El letrero que establece la advertencia se encuentra en el comedor del albergue eco turístico comunitario Tomarapi y luce implacable, como si se tratase de los mandamientos establecidos por alguna deidad de la cordillera.

Hace frío y sin embargo el ambiente luce cálido. Después de un largo viaje, ver aquellas pequeñas casas de adobe, se siente como llegar a casa. No se ven personas pero si llamas, una madre y su cría que ocupan el camino de ingreso y que lentamente abren paso para los forasteros. Detrás se levanta el imponente nevado Sajama. La escena es retractable, digna de una fotografía cinematográfica.

Las cabañas del Albergue Tomarapi están de material local, como ser el adobe.

Cuando el reloj señala las cinco de la tarde, Rogelio Marca toma un breve descanso de su jornada como camarero en este albergue turístico, ubicado en Oruro, en el corazón del Sajama. Se sienta junto a mí y me pregunta tímidamente si puede sacarse el barbijo. Ha aceptado darme una entrevista y me ha pedido que espere su horario de descanso.

Se quita el tapabocas y sonríe ampliamente, como quien descansa de la impostura. Su rostro sin barbijo ya no es el mismo que antes, luce luminoso, como si esta conversación encendiese la luz de sus recuerdos.

-La imagen es la siguiente: tengo 7 años y muchos turistas llegan en bicicleta a este rincón del mundo. Los veo curioso mientras acampan al lado de la iglesia. ¿Qué hacen aquí?, ¿qué podemos ofrecerles?, me pregunté en ese entonces. Hoy, muchos años después, puedo decirle que hemos encontrado la respuesta de forma colectiva: somos el albergue del viajero.

Rogelio trabaja en el Albergue de Tomarapi hace casi 20 años

Sus palabras parecen descripción textual del sitio “un albergue comunitario para turistas” pero en realidad son mucho más que eso. Son la condensación de la esencia del lugar que va más allá de las paredes de adobe que dan cobijo. Se trata de un proyecto social sostenido por 25 personas que rotan en labores para hacerlo funcionar. Son la apuesta de un emprendimiento en el campo de turismo comunitario, que no solo representa una fuente económica sino el canal perfecto para salvaguardar una cultura y sus tradiciones.

No todo se puede comprar.

Cipriano Guarachi luce comprometido en su función como recepcionista de los huéspedes de Tomarapi. Este mes le ha tocado ejercer este rol y está a punto de rotar de labor. No puede moverse sin entregar el informe de cierre de mes. Justo ahora anda en esos papeleos revestido de precisión. Sabe que cualquier error suyo podría afectar a toda la comunidad. 

La ganadería, es como nuestro banco para nuestro alimento, para nuestro estudio, para nuestra vestimenta, pero a veces no alcanza porque hay familias con varios hijos. Entonces de ahí nació la idea de hacer el albergue.

Cipriano se encarga de la entrega recepción de turistas este mes en el albergue Tomarapi.

Cuenta con orgullo, sabiéndose parte esencial de ese sueño hecho realidad. La gente en la zona tiene como principal actividad económica a la ganadería. En ese marco, el albergue es una apuesta osada por reescribir el destino.

Cipriano relata que todo ese sector donde hoy se levanta la posada se encontraba abandonado. Fue un proyecto de la GTZ (Cooperación Alemana) que llegó al lugar el año 2001, lo que dejó la semilla que hoy da frutos. Los comunarios recibieron cursos de capacitación y el albergue empezó a funcionar con un administrador foráneo.

-Al principio, teníamos un administrador de La Paz, pero, llegaban pocos ingresos para nosotros. No hemos hecho mucha publicidad por falta de experiencia y ganábamos solo para pagar al administrador o a veces, ni siquiera para eso. De ahí hemos dicho, nosotros podemos manejar, hemos nombrado un representante y a un administrador, todos los demás rotaríamos como trabajadores. Es decir, decidimos apostar por la fuerza colectiva.

“Compañeros de la comunidad, se recomienda no llevarse objetos de los lugares arqueológicos, tampoco venderlos porque nuestro patrimonio no es mercancía”, dice el letrero del albergue, debajo de la sentencia que pide cuidar el sitio para no tener que migrar. La frase resume la máxima que rige al colectivo y lo sostiene en convicción, hay cosas que el dinero no puede comprar.

Volver a las raíces.

Esta tarde, casi como todos los días, Rogelio viste una chompa y sombrero de alpaca. La chompa tiene una suave textura y se distinguen figuras geométricas de colores blanco, café y plomo. El sombrero es color arena y tiene un sutil listón marrón. Ambas son prendas elaboradas en Tomarapi y son la muestra irrefutable de otra sentencia que yace en el letrero del albergue “debemos preservar nuestra identidad”.

-Al principio dijimos que el albergue sería de ladrillo, pero aquí hemos hablado, incluso con nuestros padres y nos han orientado. Entonces, hemos dicho no tenemos que perder la cultura, de ahí que hemos decidido construir con el mismo material local que es el adobe.

La decisión por optar por los productos y servicios locales se refleja en cada detalle. Los trabajadores visten prendas hechas en el lugar, muchas de ellas elaboradas por ellos mismos o sus familiares. También se observa la coherencia en los servicios de alimentación, los ingredientes son siempre locales: quinua, papa, carne de llama, entre otros.

El menú que ofrece el albergue se compone de ingredientes locales como ser la quinua y carne de llama.

A esto se suma, la tradición oral de los lugareños. Cada vez que uno pregunta por el «Tata Sajama», se abre un hilo de historias y mitos alrededor del mismo. No se trata de un simple ecosistema de montaña sino de la relación de los nevados que han adoptado personificaciones. Los comunarios relatan las traiciones, amistades, amor y desamor de aquellos gigantes blancos que nos observan. La visita al albergue se vuelve entonces, una inmersión mística con el planeta.

Nadie es más que nadie.

Rogelio y Cipriano coinciden en lo que consideran la clave del éxito del albergue: la organización y el compromiso comunal. Su sistema es sencillo pero eficaz. La atención está a cargo de cinco personas que cumplen un rol específico:  recepción, atención de restaurante, cocina, camarero y mantenimiento. Tras el mes, estos cinco trabajadores son reemplazados por un nuevo quinteto que asume los roles hasta pasar la posta a otros cinco. Así, rotan hasta completar el trabajo cada uno de los veinticinco socios y al concluir, se vuelve a empezar. A fin de año todos se sientan a hacer cuentas y se reparten las ganancias en partes iguales. Nadie es más, nadie es menos. Rogelio explica que no siempre se puede cumplir pero siempre se podrá compensar.

-Cuando es comunitario no se puede multar, ni castigar, solo que este año digamos, si no tengo tiempo, al año puedo recompensar, trabajando más o estando de dirigente o en el directorio, ahí va el tema de recompensar y así nos entendemos.

Detrás del Albergue Tomarapi, se levanta el imponente Nevado Sajama.

Aunque tienen muchos sueños por alcanzar, Rogelio asegura que el mayor es lograr que sus hijos puedan involucrarse en este emprendimiento comunitario y lo encaren con devoción, como hoy lo hacen ellos.

“Durante el intercambio cultural entre el turista con la comunidad y los niños, debemos asegurar que ese encuentro no modifique nuestra forma de vivir”, se lee en el cartel de dictámenes que yace al ingreso del albergue.

Son las ocho de la noche y Rogelio culmina con sus tareas en la atención del restaurante. Me pide una fotografía al frente de la vitrina de sus tejidos que elabora su comunidad y busca rápidamente su sombrero para lucirlo.

Rogelio posa junto a los tejidos que elaboran los comunarios del lugar.

Tras el lente de la cámara fotográfica, puedo ver la sonrisa de un hombre que siente la calma de haber crecido en su tierra y que apostó por cumplir sus metas ahí mismo. Afuera, el Sajama observa, imponente entre un mar de estrellas que sólo es posible ver aquí, a decenas de kilómetros de la ciudad.

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