Linda

Por Miguel Ángel Ortiz García

Rosario es una profesora de escuela que, como muchas en nuestro país, cargaba el peso de la economía familiar sobre sus hombros. Especialmente durante la semana del 18 al 24 de diciembre de 1995, la tormenta de deudas parecía no tener fin. Las facturas de agua y energía, la cuenta de la tienda y, lo más pesado, los arreglos que se tenían que hacer en casa.

Ese año, junto a su familia, habían decidido pedir el dinero que tenían en anticrético y mudarse para otro lugar. Para ello, se necesitaba pintar paredes, pulir los pisos, etc. Pese a la contribución de toda la familia, en mano de obra, los gastos habían consumido en su totalidad el aguinaldo de Rosario, pues los profesores eran y son muy mal pagados en las ciudades de Bolivia. Esto los obliga, como a ella, a trabajar en diferentes turnos, incluso en horarios nocturnos y lugares alejados.

Faltaban cinco días para la Noche Buena y la profe tenía una preocupación que le partía el corazón. Con el aguinaldo consumido, se quedó sin dinero para comprar los regalos navideños. Ella sabía que la Navidad no se trataba de cosas materiales, pero acostumbraba a dar un presente a sus hijos todos los años, sólo que esta vez apenas le alcanzaba para la comida. Sus hijos lo sabían y procuraban consolarla recordándole que lo más importante eran la familia y estar reunidos.

Durante esa semana, a Rosario le tocó trabajar más que de costumbre, además de toda la labor que tenía en casa, esos días tuvo que participar de los tediosos consejos de profesores en cada una de las escuelas donde ella trabajaba. El lunes 18 se reunieron hasta casi media noche en el colegio nocturno y el martes 19 correspondía al colegio matutino.

Ese día, cansada y habiendo terminado la reunión del colegio diurno, Rosario se disponía a regresar a casa, cuando la detuvo una perrita jalándole del pantalón. La profe miró a la cachorra como si el resto del mundo hubiese desaparecido. La perrita le pedía cariño acariciándose la cabeza con el talón de la profesora. La pequeña tenía los ojos brillantes como dos uvas negras limpias y redondas y el hocico largo con el pelaje castaño tirando a rubio. La profe parecía hipnotizada con la mirada de la perrita, tanto que sentía como si la cachorra le transmitiese el deseo de irse con ella, como si le hablara. Rosario le pasó los dedos sobre la cabeza como una caricia y sacudiendo la cabeza continuó su camino.

Llegando a casa, se dio cuenta que la pequeña la había seguido. La profe quedó pálida y asustada, porque sin pedirlo, se llevó a casa a una perrita desconocida, dejando quizá a una familia preocupada. Rosario y su familia dedicaron toda la semana a buscar a los dueños de la cachorra sin obtener resultados.

Llegada la Noche Buena, entre el alboroto de los vecinos y la preparación de la picana, sonaron las campanas. Reunidos como familia, en torno al pesebre, la profe Rosario agradeció a Dios por cada segundo juntos y también le dio las gracias por cada prueba que se presentaba en su vida. Con lágrimas en los ojos, pidió disculpas a sus hijos por no poder darles un regalo esa Navidad. La abrazaron y le repitieron que el mejor regalo era tenerla como madre y el esfuerzo que nunca serían capaces de recompensar. En ese momento, la perrita se acercó a la familia y con esos ojos de negro azabache, mirada profunda y un brillo que iluminaba la sala les ayudó a comprender que, de alguna manera, Dios quiso darles un presente esa Noche Buena, una familia unida con un miembro más. Le pusieron de nombre Linda.

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