Instrucciones para casarse en las Alasas

Por Felman Ruiz

Primero usted necesita una muchacha, que lo ame de preferencia o al menos que lo quiera lo suficiente, como para tomarlo de la mano sin tener que esconderlo cuando pasen por los apis. Después, usted tiene que llevar a esta muchacha a las Alasas en pleno 24, aunque las calles aprieten y el espacio este más cerrado que un buen clásico en las canchitas. Una vez adentro, uno sin darse cuenta ya es parte de esta locura que huele a incienso y copal, esta fiesta de ensueños hechos de papel, arcilla, mixtura y yeso. El Ekeko desencadenado y uno encomendado a su misión.

Uno debe esquivar entonces a las caseras ofreciendo gallos y gallinas, -la soltería y lujuria ya han quedado atrás- uno debe repetirse para sus adentros, mientras se cuestiona porque cada año hacen a las gallinas más pintudas y a los gallos les ponen más plata. Evada los pensamientos de gallinero por un momento y diríjase hacia la caseta de unión civil más próxima, intente también sortear los puestos de anticucho, no vaya a ser que un poco de salsa de maní arruine su única camisa blanca, recuerde que debe llegar impecable a su cometido.

Ya cerca del registro, uno debe actuar con cautela, parecer casual en el momento y lugar, para no parecer desesperado, se debe coquetear con la idea, sembrarla en la cabeza de la muchacha, como para convencerla de que la idea es suya, no vaya a ser que luego lo ande culpando a usted por convencerla de rituales kenchas. Entonces cuando ella dubite, usted juega la carta de que el amor de verdad soporta todo, incluso falsos kencherios, que al final lo artificial muere no más, independientemente de los rituales, que la anécdota si es fructífera, quedará para los nietos. Con esa última frase, ella quedará endulzada como manzana recién bañada en caramelo. Usted ya está dentro del registro civil.

Por cuarenta bolivianos más o menos (revísese la inflación alasitaria), el oficial de registro civil dará paso el acto en pasos breves, se ofrecerá un ritual de bienvenida consultando por el nombre completo de los novios para constatar que éstos no estén en contra de su voluntad, se los bendecirá fugazmente, se ejecutarán las palabras que invocan a los lazos conyugales, el intercambio de aros de hojalata de color dorado y se solicitará el sí bipartito. Posteriormente el oficial solicitará las firmas que confirman el amor y el beso de rigor que también le confirman sus cuarenta bolivianos. No sería una fiesta en Bolivia, si el oficial no concluyera su ceremonia con un brindis con champagne y un puñado de mixtura para encomendarlos a dios o al diablo, según el carnaval que les toque después, ahora que están casados.

Todo durará apenas unos 15 minutos y una fotografía final tomada por el oficial, guardará aquel momento para sus mañanas, mientras todavía se limpia la mixtura de encima del pelo y se pone a pensar en lo irreal e irrisorio de aquel momento. Culminado el servicio, el oficial agradecerá por haber contratado sus servicios y le extenderá la libreta de familia. Usted ya gallo casado y sacando el pecho, tomará a su novia de la mano y sabrá que, aunque usted no crea en todo ese ritual de caseta y papelería, a usted simplemente le hace feliz que una muchacha lo quiera de verdad, en medio de una fiesta, donde todo es ficción.

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