Ensayo sobre las expectativas

Por Felman Ruiz

Diseño de portada: Valeria Torrico

Apenas sostengo entre mis dedos una cerilla, presiento su imperiosa necesidad de perpetrar un incendio de interés nacional, de la misma manera que apenas cojo una semilla de ceiba en mi palma puedo sentir su inmediata urgencia por respirar con el tórax mastodóntico de una selva amazónica. El mundo está sobrepoblado de expectativas, expectativas de las olas por azotar riscos en los confines del mundo, expectativas de la floresta por extenderse con la misma fecundidad que una maraña de cables sobre una vieja ciudad asiática, expectativas de la roca por la punta de un cincel del Renacimiento o por la firmeza xenófoba de una muralla, o las expectativas del instinto animal de un ser que busca la continuidad de su sangre cuando quizás muera en la más infame de las tragedias, que es la castidad. ¿Si la realidad es tan angosta, para que tales cavilaciones de acaparamiento?

De esa exacerbación de la cerilla y de la semilla, nace el arte de la poda y de la tala, o el control de fuegos a través de la química de la espuma. La vida no tiene el músculo para soportar todo ese arrebato, esa intuición arcana que es un motor que no deja de carburar nunca. Habrá que solicitar al viento calmar sus expectativas, no aspirar a ser tifón sino también soplo amaestrado para pequeños veleros, convencer a las aves de realizar vuelos de mediana altura para que su necesidad de un vuelo en picada no termine por frustrar al resto de mamíferos que debe conformarse con saltos de 30 centímetros sobre el suelo.

Bastaría un curso de economía básica para romper esa entelequia de expectativas, ese elefante de ensoñaciones colectivas que apenas tiene un vaso de agua para resolver su sed y en pleno sol de África. Bastaría enumerar uno a uno los ríos y pozos alrededor de la tierra para esclarecer a millón de semillas el tema de la distribución y del racionamiento. A tal punto, las semillas deberían comprender que no todas cumplirán sus expectativas. Que el caudal no resiste tantas bocas. Que por un tema de equilibrio de expectativas, millones de ellas habrán de ser alimento de otra especie con sus propias expectativas o apenas tiernos brotes con una limitante de tres o cuatro meses de vida, antes de ser rumiadas, podadas o simplemente extraídas bajo un sinfín de argumentos, y que otras miles de tales semillas alcanzarán la edad apta para ser madera con la celulosa suficiente para concebir un incendio de una escala que al menos alerte un carro de bomberos, para que así al menos el primer cerillo cumpla de manera parcial con sus propias expectativas y pueda morir con la ilusión de haber desatado un infierno.

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