Esperaba que fuera un sueño

Portada Letras en La Nube

Después de un largo viaje a través de carreteras polvorientas repletas de piedras puntiagudas al fin habían llegado a la ciudad, tarde, tardísimo, bajo un cielo gris y un clima escarchado. Roberto y Ana bajaron del bus, estaban cansados, se hacía oscuro y les urgía encontrar un lugar barato y cercano para descansar. La premisa era limitarse, con el poco dinero que traían, hasta que les entregaran el anticrético que les habían prometido y por el que pagaron un adelanto.

Las maletas a rastras y un gato adiestrado en los hombros de Roberto. Un letrero verde y amarillo a unas cuantas cuadras de la terminal: Alojamiento Jardín. La habitación a sólo 30 bolivianos, no podían esperar nada mejor.

Un anciano calvo y con el rostro repleto de manchas por la vejez los recibió y guio a la habitación en el segundo patio.

– Esta es la llave con la que entran, tienen que ponerla así y girar hacia este lado -dijo el hombre tembloroso mientras se esforzaba en abrir la puerta con unas manos llenas de cicatrices- A ver tu mamita abrilo-, le dijo a Ana, como resignado del frustrado intento.

La habitación era sencilla: una cama de dos plazas al centro, una frágil silla en una esquina, una mesita de noche con un sólo cajón y un perchero. Una ventana con vista al patio, vestida con una delgada y transparente cortina. Un extraño hedor a decrepitud, un cuadrado cubierto por tablas para el entretecho. Sus cuerpos cayeron exhaustos. “Qué viaje de mierda”, pensó Roberto agradecido de que no fuera tan tarde para dormir más tiempo.

Difícil imaginar que hubiera otros huéspedes con tanto silencio y oscuridad. Imposible seguir ignorando la presión en la vejiga porque el baño quedaba en un rincón del patio helado y vacío.

Roberto se levantó para ir al baño casi sin hacer ruido y escuchó una voz aguda, “como de un duende”, pensó, que le decía “hola”. Entre sueños supo que sólo podía ser un maullido de Ernest. Levantó la vista hacia el hoyo del entretecho y vio los dos ojos brillantes.

-¡Baja! -ordenó en un susurro, pero el gato adiestrado desapareció en el hoyo.

¡Qué hacer! Cerró la puerta en su detrás y tanteó en la oscuridad, dejando a Ana dormida.

Ana se sorprendió con el hedor a su lado. Sus ojos adormilados aún no se acostumbraban a la oscuridad. Por la ventana apenas entraba luz lunar, suficiente para percibir siluetas, una gruesa sentada en la silla, otra enjuta a su costado, saboreando la carne, los pelos, la sangre.  

Esperaba que todo fuera un sueño.

Si te gustó este contenido compártelo en: 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *