Qatar 2022 y las emociones que se contradicen

Después de cuatro años, la mayor fiesta futbolera del mundo vuelve, y esta vez lo hace bajo la lupa de los curiosos, los intocables y la crítica ácida, pues es cierto que a diferencia de anteriores mundiales, Qatar 2022 resulta ser una especie de espejismo para quienes vivimos al otro lado del mundo, y no tanto por la magia que durante siglos nos ha transmitido la cultura de Medio Oriente, sino, por el estandarte que hace de la moral, si es que así puede llamarse en términos generales, fuertemente custodiado como tradición y símbolo de un país.

Qatar, ubicado a orillas del Golfo Pérsico, sin duda, es un país colosalmente majestuoso a pesar de ser uno de los estados más pequeños del mundo.

Hace un año tuve la oportunidad de pisar suelo qatarí, si así se puede decir al tránsito de algunas horas que hice en su aeropuerto, uno de los más grandes a nivel mundial, y que desde entonces, ya mostraba los colores de esta fiesta deportiva. Por supuesto, la infraestructura del lugar llamó mi atención irremediablemente, pero otro factor que no dejó de sorprenderme, a pesar de las advertencias que me habían hecho, fue la mirada curiosa y acosadora de aquellos pasajeros hombres, que por sus rasgos físicos, podría decir que no eran extraños a tierras árabes o indias. Y a la pregunta de por qué me veían así, simplemente puedo decir que era porque tenía el pelo descubierto al igual que los hombros.

Este es tan sólo un pincelazo de todo lo que envuelve a estos países que podemos tachar como “exóticos”, por ello, y después de varias acusaciones que se han hecho en contra del Emir de Qatar (monarca y jefe de Estado), Tamin bin Hamad Al Thani, por vulnerar los derechos humanos, es que la Copa Mundial de este 2022 ha sido fuertemente criticada por distintos sectores a nivel social, tachándola como “Qatar, la copa mundial de la vergüenza”, “El mundial más coherente con el tiempo que vivimos”, “Qatar, el mundial maldito”, entre otros, y que han ocupado los titulares de blogs y columnas informativas.     

De acuerdo a las leyes del Estado, influenciadas por la Sharía (ley islámica), la homosexualidad, el aborto, el sexo fuera del matrimonio, las demostraciones de afecto en espacios públicos, el alcohol, las drogas y las apuestas, quedan terminantemente prohibidas, pues de lo contrario, quien infrinja lo mencionado, será gravemente castigado con penas de prisión que van desde los seis hasta los quince años, además de pagar fuertes multas. Pero eso no es todo, durante los últimos meses se ha hablado sobre abusos, explotación y muertes que migrantes procedentes de Bangladesh, India y Nepal han sufrido tras trabajar en las reformas de emblemático estadio Jalifa y la construcción de otros centros deportivos desde cero, bajo el sistema de empleo por patrocinio que esclaviza a los trabajadores: el kafala, que como dirían muchos, “gracias a Dios”, fue eliminado por la presión que ejercieron organismos internacionales hacia la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA); de alguna manera, el mundial obligó a modificar leyes laborales, aunque, las promesas de un incremento salarial quedaron por mucho en la nada.

La fiesta de la Copa Mundial es uno de los eventos más esperados desde 1930, año en el que se realizó el primer mundial en Uruguay, y sin duda, representa un movimiento económico bastante importante, sobre todo si de turismo es de lo que hablamos. Y claro, no podemos negarnos a ser parte de una celebración que ya es una tradición, independientemente del contexto en el que se realice, y que claramente es discutible. En este punto no quiero parecer una persona indolente con lo que atraviesa la población al otro lado del mundo, pero seamos sinceros… ¿dejaremos de ver los partidos del mundial sabiendo todo lo que acontece a nivel religioso, social y político? No tengo estadísticas, pero creo que más de la mitad de la población a nivel mundial encenderá el televisor y se pondrá a ver al equipo que mayores pasiones le despierte, porque como alguna vez escuché, el fútbol también puede ser una religión. ¿Entonces, somos una sociedad inmersa en la hipocresía? La respuesta probablemente sea sí.

Incluso, podríamos advertir que el mundial no sólo trata de algarabía, sino también, conforma un escenario geopolítico, en el que sobornos e intrigas juegan un papel fundamental, y en este caso en particular, lo que se pretende desde el gobierno qatarí es limpiar la imagen del país desde el deporte, lo que recibe el nombre de sportwashing. Por su parte, la FIFA ha sido blanco de una serie de acusaciones al recibir algunos millones de quienes se hacen llamar los dueños de Qatar, la familia Al Thani, poseedora de alrededor de unos 350.000 millones de dólares, propietaria, además, del París Saint- Germain Football Club (PSG). Y así fue cómo de ser un país donde escasamente se juega fútbol, se convirtió en la sede de la XXII edición de la Copa Mundial de Fútbol Masculino.

A pesar de todo ello, y aunque cruda y afable suene esta realidad, y al mismo tiempo, genere ambigüedad, el mundial sea donde sea que se juegue seguirá siendo colores, gritos, tambores y apuestas, porque si de algo estamos seguros, es de que para muchos, el fútbol es una pasión de pasiones, aquella vena que se estremece con cada gol, con cada remate al minuto noventa y con el vibrar de las hinchadas eufóricas rebalsando los estadios. Tal como alguna vez sucedió con el escritor uruguayo Eduardo Galeano, quien en una ocasión de esas que ocurren cada cuatro años, colocó un cartel en la puerta que decía: “cerrado por fútbol”.      

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