Utama y Pseudo: entre el cine de autor y lo comercial

¿Qué es aquello que nos hace elegir entre una y otra idea? He pensado que, quizá, la elección sea un principio natural de las personas en busca de un aliciente frente a un monocromático cotidiano. De pronto, imagino lo que significa sentarse frente a la pantalla grande y tratar de conciliar el discurso de dos tipos de cine, dos clases de director y una amalgama de elementos técnicos, ¿cuán sinceros podemos ser con nuestra elección?

Bueno, lo cierto es que sobre gustos nadie ha escrito, así que lo que de aquí en adelante se manifieste, es tan sólo el reflejo personal de decisiones y apuestas sobre la mesa, primordialmente, basadas en el entender de una realidad. Y sí, al escribir el texto también imagino lo que los críticos de cine tratan de reflejar, no con el ingenuo afán de acercarme a ellos, sino, únicamente, de comprender cuán compleja resulta ser una elección. Para entrar en este debate del lenguaje cinematográfico me es necesario nombrar a Utama y Pseudo, dos películas bolivianas que en las últimas semanas han sido parte de posturas e imposturas retratadas en los perfiles y páginas de las distintas redes sociales.

Utama, del joven director Alejandro Loayza, retrata la historia de una pareja de ancianos dedicada al pastoreo y al cultivo, y cuya cotidianidad se desarrolla en Santiago de Chuvica, Potosí, comunidad caracterizada por problemas de sequía. Pseudo, del ya conocido “Gory” Patiño, cuenta la historia de un taxista paceño, que por un hecho extraordinario, se ve inmerso en un acto delictivo en el que todo se debate entre la vida y la muerte.

Se podría decir que una de ellas se aferra a una voz poética, mientras que la otra se sujeta en una narración de corte policial. Como en estos días escuché decir a una amiga, “Utama es del pueblo y Pseudo es para el pueblo”. ¿Qué quiso decir con ello? Básicamente, que la primera, al contar las vivencias de dos personas comunes en un pueblo alejado, donde ni el agua ni la luz llegan, va transformándose en una obra de arte gracias a la composición de los planos, la sutileza del manejo del color y la elegancia de la musicalidad que acompaña a las imágenes, que en su conjunto conllevan a la reflexión más que al puro entretenimiento. En tanto la segunda, refleja aquello que la masa social desea ver: tragedia, persecución, balas, sangre y peleas entre bandas criminales, sin brindarle un exhaustivo énfasis al trabajo fotográfico y de edición, aunque no se puede dejar de lado el tema del sonido, que ciertamente confraterniza con exactitud con la trama.        

No es una descalificación al lenguaje cinematográfico de una frente a otra, claramente ambas películas tienen a su favor elementos que las llevan a ser difundidas dentro y fuera del territorio nacional, lo que las diferencia es la forma de narrativa que se utiliza y ante la cual reaccionara un distinto tipo de público. Tan sólo puedo apuntar las maravillosas críticas a nivel internacional que ha recibido Pseudo y los galardones que ha cosechado en distintos festivales de cine la película Utama, lo que demuestra la pulcritud de la producción audiovisual y la magnificencia del trabajo de nuestros queridos directores bolivianos, aun cuando desde el aparato estatal el apoyo es escaso.

Por su parte, Alejandro Loayza ha demostrado con Utama distintas realidades desde la óptica de una anciana pareja de quechuas, en la que se percibe la relación con la muerte, la asignación de roles femeninos y masculinos, los lazos de amor apremiados por la soledad, y en medio de ello, una de las problemáticas del cambio climático: la sequía y la necesidad de tener agua que dé vida.  

Al otro lado, “Gory” Patiño ha tratado de reinventar el cine nacional con Pseudo, acercándose a los thrillers norteamericanos que con precisión se envuelven y desenvuelven en el meollo de un conflicto. En este caso se trata de asumir una identidad, barajear sobre la mesa una serie de principios y jugar a ser justicieros por una “causa”, algo que tiene que ver con el establecimiento de una democracia.

Y sin embargo, entre una y otra también queda claro el manejo de un guion, uno más exquisito que otro, uno que se escribe desde el alma y otro que se lo hace desde el movimiento. Queda también en evidencia la necesidad de un cine de autor y por el otro lado un cine de corte comercial, ambos entre ese contraste, para algunos afable y para otros criticable. Y ante ello, lo que desde mi experiencia como espectadora valoro es el hecho de contar la historia de un pueblo sin caer en las perturbaciones lastimeras ni en lo excesivamente simbólico; así como también resalto la astucia por salir de los márgenes de lo cotidiano en el cine boliviano para arriesgar las fichas por una historia que desde el suspenso mantenga al público en alerta.     

Finalmente, y para no caer en la redundancia, sólo me queda admitir la omnipresencia del acto de elegir, que puede resolverse desde la construcción de nuestro día a día o a partir de la trascendencia de un instante. Lo que para mí, en el cine, se resuelve comprendiendo el conjunto de un lenguaje cinematográfico, y no sólo así sus partes.

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