¿Yo, adicto? 48 horas sin redes sociales

¿Yo, adicto? 48 horas sin redes sociales
Adicción a redes sociales en La Paz, Bolivia

Es la noche del viernes y estoy algo ansioso al pensar que veré por última vez videos en Facebook y que por dos días no podré revisar el WhatsApp. Está bien, creo que no espero nada que no pueda aguardar sólo el sábado y domingo. Estoy seguro de haber descargado todo lo que necesito para dedicarme a hacer mi monografía, sin distracciones, pero ante todo con la misión de cumplir el reto: pasar 48 horas sin redes sociales, a ver lo que se siente, a ver si no enloquezco, y a ver si así tengo algo más para contarles.  

Tenía pensado hacerlo por una semana, pero en las circunstancias actuales eso sería un suicidio social y laboral. No me consideraría un adicto, pero hace más de cinco años que no me alejo voluntariamente de la pantalla de mi celular; la sociedad y las estrategias de los monstruos tecnológicos detrás de estas aplicaciones me lo impiden. Por eso escogí tan sólo un fin de semana.  

Sábado, 00:30, sí, sólo miro mi celular para el reloj, porque no tengo otro para ver la hora. Ya es tarde y recién recuerdo que olvidé despedirme de ella, que ya pasó la media noche y estoy prohibido de entrar a estas aplicaciones. El wifi, desconectado.

«A veces sueño con salvar el mundo, salvar a todos de la mano invisible, la que nos marca con una tarjeta de empleado, la que nos obliga a trabajar para ellos, la que nos controla todos los días sin que lo sepamos. Pero no puedo evitarlo, no soy tan especial, sólo soy un anónimo. Estoy solo», dice para sí mismo Elliot Alderson, el hacker paranoico de Mr. Robot, la serie con la que empiezo las primeras horas del sábado.

Es una locura cómo el sistema nos domina de una u otra forma. ¿Habrá alguien realmente libre?

Hacker Elliot Alderson de Mr. Robot, interpretado por Rami Malek. Foto: USANetworks.

Sábado, 8:06, por alguna extraña razón soñé que veía mi celular y mandaba todo al carajo. El tener el celular sin internet ayuda un montón, no tener que ver las malditas notificaciones, tareas, pendientes, como si fuera una obligación revisar por qué está esa bolita encima del ícono de Instagram, de quiénes son los mensajes que te mandaron por WhatsApp. Qué hay de nuevo en Facebook, en Twitter.

Me pregunto si esa mano invisible de la que habla Elliot es la de Mark Zuckerberg, o la del grupo de empresarios de cualquier otra plataforma que se ha apoderado de nuestras mentes y tiempo libre. No está lejos de la realidad creerlo, considerando que documentos de Facebook filtrados a la prensa señalan que el 12,5% de sus usuarios presentan problemas para dormir, trabajar o relacionarse por el “mal uso” que hacen de esta aplicación. También leí recientemente que los adolescentes, sobre todo las mujeres, pueden desarrollar baja autoestima y depresión por el uso de Instagram. Aun así Nadie parece estar dispuesto a dejar de usarlo, es una droga.

Los directivos de esta mega corporación están conscientes del nivel de adicción que pueden generar sus aplicaciones, pero al fin y al cabo ese es el negocio: consumo insaciable.   

Hace tiempo que no veía al psiquiatra Ricardo Ramos. Lo conocí en una charla sobre la guerra contra las drogas en la que él dio palo a la prohibición. “Todo debería ser permitido”, fueron sus palabras más o menos. Pero, ¿y también se les debería permitir todo a las empresas detrás de estas redes?

Con una luz tenue que otorga a su rostro mayor seriedad, me advierte del peligro de la tecnología en general, y de las redes sociales en particular, y es que la adicción a éstas es socialmente aceptada, y eso las hace más riesgosas. El mundo moderno no te deja alternativa. Si quieres relacionarte con otros y pertenecer a la tribu, debes usarlas.

Pero, ¿qué es una adicción?  “Es algo que sustituye las cosas más importantes de tu vida. Se mete en tus actividades familiares, tus finanzas, tus relaciones sociales. Perjudica y altera tu vida”, me explica Ramos. Es un comportamiento sumamente difícil de dejar, pues aunque nos destruye, también nos llena de placer.

Esta búsqueda de placer, innata en el ser humano, nos empuja a entrar a las redes sociales, donde rápidamente somos premiados con un sinfín de entretenimiento, añade el psiquiatra y subespecialista en adicciones, Bernardo Flores-Urey, con quien conversé por WhatsApp cuando aún podía usarlo.

El psiquiatra Ricardo Ramos, en su oficina de la zona de Sopocachi. Foto: SM.
Un problema que no para de crecer

Sábado, 14:21. Recurro al SMS, una herramienta olvidada por muchos, para escribirle y decirle que todo está bien, que es para una historia, que sólo son unas horas.

Las primeras no fueron tan difíciles, pero tengo una mala costumbre y estoy seguro que no soy el único: cuando realizo algún trabajo o estoy escribiendo, necesito tomarme; a ratos, muy seguidos, un descanso para distraerme. ¿Qué creen que hago en esos minutos?

Son las 16:30 y me urge acabar una monografía. Tecleo en mi computadora y después de avanzar unos cuantos párrafos me detengo, y busco con la mente mi celular. Está metido en un cajón y lo único que puedo hacer es tomar una libreta de apuntes y anotar estas impresiones, para que no se me olviden.

Han pasado sólo cinco minutos y agarro un ejercitador de manos para distraerme. Vuelvo a teclear.

16:52. Miro por la ventana y escucho al camión de la basura, hace mucho que no lo hacía. Yo sé que esto no es la gran cosa, pero si alguien tiene una actividad que intercala con el uso de redes sociales haga la prueba de dejar de hacerlo y se dará cuenta de su alrededor con mayor claridad. Es como despertar.

Representación del dominio a través de las redes sociales. Imagen: Semana.

En 2019, dos psicólogas publicaron un estudio con base a encuestas aplicadas a 233 personas que mantenían relaciones de sentimentales en La Paz. Encontraron que mientras mayor era el uso de las redes sociales menor era la satisfacción en la pareja, pues se obviaban actividades básicas, como la comunicación, o el sexo. Hoy en día hay quienes prefieren el sexo virtual que el físico, me dice Rebeca Antezana, una de las psicólogas que hicieron la investigación.

En el texto señaló que el 43% de las personas consultadas presentaban un nivel medio de adicción a las redes sociales, 12% tenía un nivel alto, y un 2% muy alto. Lo preocupante es que el estudio apuntaba a la probabilidad de que en el futuro estos porcentajes aumenten.

La pandemia ocasionó que la población acuda más a estas plataformas por un sinfín de razones, algunas de ellas ineludibles, como cuestiones laborales o de educación. “Su uso se ha vuelto indispensable en cada rasgo de la vida. Si la publicación se realizó en 2019 lo más probable es que actualmente la adicción haya crecido”, dice Antezana, y añade: “Deberíamos tomar más conciencia porque esta es una enfermedad que viene muy por debajo y camuflada. No le damos la importancia suficiente”.

Consejos para sobrevivir a “lo inevitable”

Todos estamos en riesgo de caer en la adicción a las redes sociales, para evitar que esto ocurra los profesionales con los que conversé recomendaron moderación y disciplina. Estas dos palabras son clave para evitar cualquier comportamiento adictivo, ya que, como dice la “sabiduría popular» todo en exceso hace daño. Por ello, debemos aprender a poner límites a la cantidad de tiempo que pasamos utilizando Facebook, Instagram, Tik Tok y un montón de otras redes más. Saber que el mundo real es muchísimo más grande que el virtual. Esta ahí, en un libro, detrás de la ventana, alrededor nuestro.

Sin embargo, si la situación es incontrolable, se debe buscar ayuda con un profesional.

Ya es domingo, 00:07. Después de las primeras 24 horas no siento la necesidad de meterme en las redes. Me gusta que esta sensación de liberación siga. Vuelvo a la monografía y avanza, sí, aún me cuesta no revisar el celular en mis descansos, pero como que me gusta más ver por la venta o apretar el ejercitador de manos. Y avanzo.

Son las 22:32 del domingo. Hace dos horas y media tuve que volver a usar el WhatsApp y a unirme a una reunión por Google Meet, la cual casi pierdo al estar desconectado. Casi todo volvió a la normalidad. El teléfono no para de vibrar y hace un buen rato que no puedo comenzar a escribir la última parte de mi monografía por contestar los mensajes y revisar los estados de la gente.

Vuelvo a desconectarme por un momento para ver si al fin puedo terminar el texto. Otro párrafo concluido, otra vez mi mano se extiende al teléfono…

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